Mia

No hay silencio más perturbador que el que sigue después de una guerra sin armas.

Ese era el que se instaló entre Alexander y yo desde que me di cuenta de su juego, su red invisible hecha de poder, miedo y seducción.

Él decía que quería que ganara, que me superara, que brillara por mi cuenta… pero cada paso que daba, cada decisión que creía mía, había sido plantada con antelación por él. Como si yo fuera una pieza más en su tablero de ajedrez. ¿Y lo peor? Yo seguía jugando.

Pero hoy… hoy iba a jugar a mi manera.

El ascensor subió lentamente al penthouse de Alexander. El metal reflejaba mi rostro tenso, mis ojos brillantes por una mezcla letal: furia y algo más. Algo que no quería admitir.

No venía por una disculpa. Ni siquiera por una revancha. Venía por respuestas. Y traía las mías también.

—Buenas noches, señorita Bennett —saludó su asistente con una sonrisa demasiado pulida.

—¿Está?

—Lo espera en su estudio.

Por supuesto que lo hacía. Siempre lo hace. Como si supiera cada uno d