ANNE
—¡Bájame! —Le doy una palmada en el trasero, fuerte. Tiene un buen trasero, y prefiero esta vista a la que tengo desde la ventana de la cocina, pero ¿qué demonios está haciendo?
Es algo totalmente inusual en él.
No puedo negar que me encanta. Me encanta lo relajado que se le ve hoy.
—No —responde, dándome una palmada en el trasero cubierto por la mezclilla—. Y cállate, o vas a molestar a las serpientes.
—¿Serpientes?—, grito, mirando a mi alrededor en la pradera.
—¡Shhh, nada de gritos! Vamos a nadar quieras o no.—
—No estoy nadando, no llevo bañador. —Resoplo y jadeo aunque no soy yo la que corre—. No lo traje.
¡Y también serpientes!
—Vamos a bañarnos desnudos—. Continúa bajando por el terraplén.
—¿Qué? —grité asombrada, haciendo que mi voz resonara por todo el valle—. ¿Y si alguien nos ve? El pánico me subió por la garganta.
—No hay nadie a kilómetros a la redonda. Tranquila, cariño —dice, casi sin aliento, lo cual es ridículo. Debe de ser fortísimo si puede cargarme y correr a