El mundo cayó con todo su peso en mi alma destrozada, mis manos palidecieron y comenzaron a temblar. |
«¡Todo fue mí culpa!»
Los pensamientos destrozaron la poca cordura que me quedaba, mis piernas flaquearon y me dejé caer arrodillado en el suelo. En medio de mis alaridos, el doctor trató de calmarme.
Fue inútil.
Me revolqué en el piso con las manos en la cabeza en un gesto desesperado de despertar de aquella pesadilla endemoniada. Cuando la situación empezó a ser insostenible, algo sucedió: las luces penetrantes em