En su momento, Elsa solo le había dado un beso rápido en la mejilla, frente a sus amigos, sin pedir permiso, y Nelson… se había molestado tanto que había pasado varios días sin hablarle.
Sin embargo, resultó que Nelson nunca había sido un hombre reservado. Solo era así... con ella.
Pensar en eso le revolvió el estómago. Por lo que se levantó de golpe y salió del restaurante.
Al verla cruzar la puerta, Nelson se sobresaltó tanto que empujó a Ivana sin querer. Fue entonces cuando los demás se dieron cuenta: Elsa había estado allí todo ese tiempo.
Apenas salió, Ivana fue tras ella y le agarró con fuerza del hombro.
—Elsa... lo que viste no es lo que piensas...
—Suéltame —dijo Elsa, con el rostro tenso, sin intención de escucharla.
Pero Ivana no la soltó. Al contrario, apretó más.
—Dime... si yo me cayera aquí, ¿tu familia pensaría que tú me empujaste?
Apenas terminó la frase, soltó un grito agudo y se dejó caer hacia atrás, con fuerza. Su cuerpo dio contra una pared de vidrio que estalló en miles de fragmentos. Quedó en el suelo, llena de sangre con cortes por todo el cuerpo.
Al oír el estruendo, todos corrieron hacia allí, y lo primero que vieron fue a Ivana tirada entre los pedazos de cristal, con la cabeza sangrando.
—¡Estás loca, Elsa! ¿La querías matar? —gritó Gustavo, abrazando a Ivana con desesperación.
Elsa no alcanzó a responder. Eduardo ya le había soltado una bofetada cargada de rabia.
—¡Maldita!
Elsa cayó al piso, escupiendo sangre... y un diente. Intentó hablar, quería explicar… pero cuando vio las miradas de su «propia familia» —llenas de rabia, desprecio y ese rencor que le hacía pensar que preferían verla muerta—, las palabras simplemente se le atascaron en la garganta.
Su familia... solo creía en Ivana, una completa extraña. Por lo que, no importaba lo que dijera, para ellos ella siempre sería la culpable… una mentirosa.
Ivana, aún entre los brazos de Gustavo, lloriqueaba con la voz temblorosa:
—Elsa... si me odias, solo dímelo. Te juro que me desaparezco para siempre. Si es por Nelson, si te duele que me quedara con él... te lo devuelvo, ¿sí? Haré lo que tú digas. Solo... por favor, no me pegues...
Su actuación fue tan buena, que a más de uno se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Entonces era eso? —Nelson miró a Elsa con los ojos bien abiertos, sin poder creerlo—. ¿La odias porque crees que me quitó de tu lado? ¿Por eso le hiciste esto?
Elsa lo miró fijamente, sin una sola emoción en la cara, antes de echarse a reír.
Resulta que cuando el corazón ya no puede más... una ya no llora, sino que se ríe.
Nelson la vio así, riendo con la cara llena de sangre. Y algo dentro de él se rompió por completo.
—¿Sabes qué? Ya no te odio. Odio haber sido tan estúpido como para amarte. Ojalá te mueras. Ojalá te mueras pronto.
Dicho eso, se dio la vuelta y se fue, abrazando a Ivana mientras los demás los seguían al hospital.
Elsa los vio alejarse... y se echó a reír, sin poder detenerse, hasta que no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas.
Los que pasaban por ahí pensaron que se había vuelto loca.
Elsa seguía en el suelo. Intentó levantarse, pero no pudo. Sentía el cuerpo cansado y el pecho vacío. No sabía si era tristeza, agotamiento o simplemente que ya no le quedaban más fuerzas para sentir. No lloraba ni temblaba. Solo respiraba mirando al frente, con la mente en blanco.
«Está bien...», pensó, al cabo de un momento. «En tres días ya no van a tener que verme.»
Al volver a casa, las risas se apagaron de golpe, y todos la miraron con esa mezcla de vergüenza y fastidio, como preguntándole: «¿Y tú qué haces aquí?»
En definitiva, la miraban igual que a un perro, al que habían echado a la calle.