—¿Usted cree…? —la pregunta quedó en el aire. Ella no podía pensar que la única verdadera familia que le quedaba pudiera siquiera pensar en perjudicarla.
Pero no era tonta. Las señales estaban ahí; solo que ella no las había visto, o no quería verlas. Con las palabras del oficial y la manera en que la hizo razonar, le habían vuelto a la cabeza esos instantes de las conversaciones que había tenido con su tío en semanas anteriores.
Aunque, para el día del homicidio, no lo había llevado a la editorial. Pero él sabía que ya no había coordinador. “¿Cómo lo sabía?”. Con ese pensamiento, su corazón se desbocó. “No podía ser, ¿por qué?”.
—Por ambición y por dinero —contestó el oficial. Parecía que podía estar leyéndole los pensamientos, parecía que sabía justo lo que estaba pasando por su mente en ese instante.
—¿Cree… cree que lo hayan matado por mi causa? —aquella pregunta le causaba un ardor en la garganta con cada palabra.
Era algo que no podría perdonarse nunca: ser la causa de que matar