Capítulo veinticuatro

Una semana después, un lunes, caminé por los pasillos hasta mi casillero. Sentí que algo era diferente. No sentía que la atención de nadie estuviera en mí en absoluto. Como si otra cosa capturara su fantasía y yo fuera una vieja noticia. Pude poner una sonrisa en mi cara para variar. Me sentí invisible.

Cuando llegué a mi casillero, vi a Daphne. Tiene el ceño fruncido en la cara.

—¿Qué te pasa hoy?— Le pregunté.

—¡Todo!— Dijo en un tono frustrado.

—Está bien, ¿puedes al menos nombrar uno?

Suspiró.

—Mi primo.

En los últimos meses, siguió mencionando a un primo que es problemático, pero en realidad nunca quiso discutirlo. Ahora, me pregunto qué pasó que l

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