Capítulo 3. Control

El día en que dejaba a un lado mi orgullo y egocentrismo había llegado, era lunes, la lluvia de esa mañana, era algo que no sabía como interpretar, yo amaba la lluvia, pero tenerla ese día, después de tantos días soleados, no estaba tan segura de su significado, ¿Acaso era algo bueno o la lluvia delataba que algo malo pasará?

Me preparé para todas las posibles conversaciones o comentarios que Erick pudiera hacer al verme llegar, había cubierto todos los posibles escenarios y esperaba que no hubiera alguna sorpresa. 

−Buenos días, ¿En qué puedo ayudarle? −Preguntó la recepcionista del lujoso edificio en que se encontraban las oficinas de EB concesionarios–.

−Soy Mariana Sandoval, busco al señor Black–. 

−Señorita Mariana, el señor la está esperando en su oficina, quinto piso, pase adelante. −dijo la recepcionista con una gentil sonrisa–. 

Tomé el ascensor teniendo en cuenta el miedo que este me provoca, tan solo entré toqué el botón, me tomé de la barra y cerré los ojos. 

−Señorita, ¿Está bien? −preguntó un joven apuesto y bien vestido que miró el miedo en mi cuerpo y en mi expresión−. 

−Estoy bien −dije, soltándome de la barra y tranquilizándome mentalmente. − ¿En qué piso estamos? −pregunté−.

−Quinto piso –

−Perfecto, es mi destino −comenté con una sonrisa tímida y torpe−. 

Llegué finalmente a la oficina de Erick, miré que el campo de la secretaria que me entendió la ultima vez que me presenté en aquel lugar, estaba limpio, el teléfono sonaba sin parar, no me atrevía a tocar la puerta de primera impresión, pero finalmente me decidí y toqué. 

−Adelante –

−Buenos días −dije al entrar−.

−Me agrada verte, por favor toma asiento, en un par de segundos te atiendo −.

−De acuerdo −. 

Erick se miraba apuesto usando ese traje azul marino, yo me dediqué a inspeccionar toda la oficina sin ponerle atención a nada, tan solo miraba cada detalle, aun sabiendo que, al salir del lugar, no recordaría más que 3 cosas de todas las que había visto. 

−Sígueme por favor −dijo de repente−. 

Lo acompañé por la oficina hasta el lugar vació de la otra secretaria. 

−Este será tu nuevo cubículo, recibirás todas las llamadas de los clientes que deseen hablar conmigo, para todos ellos, estoy fuera de la oficina siempre, toma los mensajes de todos y al final del día me los entregas. Te pasaré una lista de las únicas personas de las que espero recibir llamadas, por eso siempre debes preguntar el nombre de la persona que llama. 

− ¿Las llamadas de mujeres también las excuso? −pregunté−.

−Esas las recibo directamente a mi celular, no debes preocuparte por ello −dijo en el tono tan arrogante que lo distingue −.

−Perfecto −.

−Diana vendrá en unas horas a explicarte otras cosas sobre las que te encargarás, ponle mucha atención, no le gusta explicar 2 veces, por el momento puedes irte acomodando−. 

−Gracias Erick−. 

−Solo para dejarlo claro, aquí seré señor Erick o Señor Black, espero no se te dificulte acostumbrarte−. 

−Para nada señor Erick, a buen entendedor, pocas palabras−. 

−Perfecto y bueno. Bienvenida a EB concesionarios −dijo, con un ademán muy educado que solo había visto en películas−. 

–Gracias –. 

La manera tan educada e indiferente de Erick al tratarme ese día, me dejó con miles de preguntas, no sabía cómo responder exactamente, al menos sabía que debía actuar como su secretaria y no como normalmente lo trataba. Sí él se iba a comportar tan profesional, yo haría lo mismo. 

Por semanas pasé trabajando arduamente, intentando acostumbrarme al incesante sonar del teléfono, la cantidad de personas que llamaban para concretar una cita con Erick, era enorme. Jamás me imaginé que fuera una persona realmente ocupada, ahora entendía porque siempre buscaba a una persona con quien hablar. En ocasiones se desahogaba conmigo, pero cuando recordaba que ahora yo era su secretaria, cambiaba drásticamente el tema y volvía a su trabajo habitual. Tampoco pensé que ser secretaria sería tan difícil, las primeras semanas fueron las más complicadas, adaptarme a aquel lugar, no fue una tarea sencilla, ahora me gustaba lo que hacía y me sentía bien trabajando junto a él. Quizás tuve más comodidades antes de quedar en la bancarrota, pero jamás administré mi dinero directamente, siempre pagaba a Morones y Cáceres, los abogados recomendados por el señor Yousel, dueño del night club donde trabajé por años, para que se encargaran de la contabilidad. Yo solo me encargaba de darle publicidad con mis conocidos, no me iba mal, pero ahora que he estado trabajando con Erick, he comprendido muchas cosas, que antes simplemente ignoraba. 

–Mariana, por favor imprime los documentos de la oferta de China y déjalos en mi escritorio, regreso en un par de horas. –comentó Erick–. 

–Enseguida los alistaré –. 

–Muchas gracias –.

Erick salía muy pocas veces en la semana y siempre era a visitar a algún cliente o a revisar como trabajaban sus empleados, siempre hablando con los jefes de las nuevas compañías para verificar si sus trabajadores obraban bien. Ser jefe tampoco era un trabajo sencillo y ahora lo entendía. Toda la idea que tenía sobre tener mucho dinero, llevaba consigo una responsabilidad que apenas comenzaba a entender, ahora más que nunca había entendido que tenía mucho que aprender de Erick. 

Pasaron al menos 120 minutos, cuando miré a Erick regresar, traía una cara de pocos amigos, pero jamás perdía la educación. 

–Buenas tardes –comentó antes de entrar a la oficina, esas fueron las únicas palabras que escuché después de su llegada, se encerró en su oficina por más de 60 minutos, quise entrar a entregarle unos documentos, pero el seguro me lo impidió–.

El teléfono de mi escritorio comenzó a sonar y miré que era la extensión de Erick. 

–¿Señor Erick? –.

–Mariana, por favor llama a Rafael Maldonado a mi oficina, dile que quiero hablar con él de inmediato –.

–Con gusto, enseguida lo llamo-.

Miré el rostro de Rafael un poco pálido, aunque su picardía al saludarme jamás la perdía. 

–Cierra la puerta y toma asiento – dijo Erick, al ver a Rafael en la puerta–. Yo solamente me limité a escuchar esas palabras. La puerta se cerró y el silencio rodeó la oficina. La música de uno de mis cantantes favoritos, se reproducía en el computador, sin ser interrumpida. 

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