19.

―Mira, cabrón, lárgate ―le responde el tipo, distrayéndose por completo.

Le meto un rodillazo en la ingle que lo descoloca. Su cuerpo se inclina hacia delante, facilitándome el poder golpear su estómago y tirarlo al suelo.

― ¡No sabes con quién te metiste, pendejo! ―le grito, alejándome.

― ¿Qué haces? ¡Métete ya al carro, Gabriela! ―me ordena Mauricio.

Corro hacia sus brazos y me abre la puerta trasera. El tipo se levanta y se acerca a nosotros, pero Mauricio acelera incluso con su puerta abierta.

― ¿Estás loco? ―grito, aterrada.

Él cierra la puerta de un portazo y puedo ver por el retrovisor sus ojos oscuros por la rabia.

― ¿Qué coño hacías hablando por teléfono, sola y de noche? ¿Perdiste la cabeza? ―me regaña.

―A mí no me hablas así, imbécil. Mira que no soy Montse ―le digo, cruzándome de brazos―. ¿Qué hacías tú por aquí?

―Tenía pendiente un café con Aarón, pero voy a tener que cancelarle ―responde.

―No, ¿por qué? Déjame en mi casa y ya ―le digo.

Nuestras miradas se encuentran y no
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