Capítulo 1

Los gritos de horror y desesperación, lo hicieron despertar sobresaltado, haciendo que cayera del sillón.

Pero, ¿Qué demonios había sido eso?

Miro hacia la puerta que daba a la habitación en la cual estaba Ablisbeth, achicando los ojos preocupados, tratando de adaptarse a la oscuridad a su alrededor.

¿Estaría teniendo una pesadilla? Se suponía que, ella estaba sola, así que, no había nadie ahí dentro que pudiera dañarla o lastimarla de ninguna manera.

Volvió a escuchar aquellos gritos y corrió a toda prisa hasta allí.

Encendió la luz y la ubicó en medio de la cama.

Estaba sudando y removiéndose en la misma. Parecía estar sufriendo y suplicando entre sueños. La verdad era que, la mayoría de los sonidos de su boca, eran murmullos intangibles y gritos desgarradores que, no le decían nada más que, la estaba pasando mal dentro de aquel sueño.

Pero, ¿Qué clase de pesadilla podía tenerla en ese estado?

Se acercó a la cama.

Debía hacerla reaccionar. Que despertara de aquella horrenda pesadilla. Le dolía verla así en ese estado, aunque solo fuera por un sueño. No podía soportarlo.

-Ablisbeth. — la toco del brazo tratando de despertarla, pero no funcionó.

Esta vez, repitió la acción con mayor fuerza, zarandeándola un poco y llamándola con voz firme y fuerte.

-Ablisbeth.

Entonces, los gritos se detuvieron y ella abrió los ojos de par en par. Su expresión parecía como salida de un cuento de terror.

De pronto, se zafó de su agarre con brusquedad y se alejó de él.

-No me toques. — le dijo con fiereza.

Sebas no supo como reaccionar ante eso.

¿Qué demonios le sucedía? ¿Por qué le trataba y miraba de esa forma? Y sobre todo, ¿Qué rayos había soñado para ponerse en ese estado?

-Tranquila. Soy yo, Sebastián.

Ablisbeth lo miró de una manera que le indicaba que, aun viéndolo, no lograba reconocerlo. Sus ojos reflejaban verdadero terror y desesperación. Tal parecía que, en lugar de verlo a él, ella estuviera observando a un monstruo.

Entonces, Sebas comprendió que, aun a pesar de haber despertado, su mente seguía allí, en aquella horrenda pesadilla que la altero tanto.

- Todo está bien. — le dijo con suavidad tratando de tranquilizarla un poco y hacerla volver a la realidad - No pasa nada. Sea lo que sea que hayas soñado, estás a salvo conmigo.

Durante unos minutos, ella permaneció en cuclillas, en una esquina de la cama, alejada de él.

Sebas no hizo el intento de acercársele, pues se temía que si lo hacía, podría entrar en una crisis.

- Lo siento. Te desperté. — se disculpó ella en apenas un susurro audible, lo cual le sorprendió.

¿De verdad estaba preocupad por algo como eso? ¿Acaso no era más alarmante lo que fuera que había estado soñando?

- No para tanto.

Ella mantuvo la cabeza gacha, con la mirada fija en la cama y expresión triste y sombría.

No importaba cuanto luchara con ello, aquella pesadilla acudía a sí cada noche cuando la oscuridad la cubría, recordándole una y otra vez a las bajezas y abusos a los cuales su padre la sometió durante años.

Siempre se preguntó, cómo era que todo eso no habían hecho, que terminara perdiendo la razón. Si así hubiera sido, por lo menos su mente se habría refugiado en algún mundo, haciendo que su verdad no doliera.

Pero no era así, y las heridas que cargaba en su alma, eran tan profundas que, no le permitían tener una vida ni siquiera medianamente normal.

- ¿Me dirás qué estabas soñando? - interrumpió él sus pensamientos.

Nunca antes, nadie sabía de aquellas horribles pesadillas ni de lo que estas le hacían por las noches, no obstante, ahora las cosas habían cambiado. Sebastián, al casarse con ella, terminó siendo testigo de ellas. Y mucho se temía que, esa no sería la única vez.

- No… No lo recuerdo bien. — mintió.

Y él supo que lo hacía.

No en vano había pasado tantos años observándola y conociéndola en la distancia.

Eso le hizo recordar que, siempre tuvo la sensación de que Ablisbeth, algo ocultaba en su encierro, pero nunca logró descubrir qué.

¿Tendría ese sueño que ver con ello? ¿Con el misterio que la envolvía?

- Bueno, sea lo que sea, estás a salvo aquí. Nadie puede dañarte.

Ella lo miró con expresión neutra y seria, evaluando si sus palabras eran cierta.

Le era tan difícil confiar y creer en las personas. ¿Y cómo iba a hacerlo? Si se suponía que el hombre que debió de cuidar y velar por su bienestar, era el mismo que, tanto daño, le hizo.

¿Qué podía esperar de los demás? ¿Qué la protegieran ellos en lugar de su padre? Eso jamás ocurriría.

- Me gustaría volver a dormir.

Sebas asintió aceptando aquello.

Ya tendría tiempo después para conseguir que ella, se abriera a él y le contara eso que ocultaba y al parecer estaba atormentándola.

- Descansa. Cualquier cosa, - señalo hacia la puerta de la habitación - estoy allí al otro lado. No dudes en llamarme. Estaré para ti siempre. — le prometió con dulzura.

***

- Buenos días. — le saludo Sebas al día siguiente con una enorme sonrisa.

Ablisbeth se pasó las manos por los ojos tratando de despertar del todo.

Se había levantado y seguido el olor de la comida hasta de donde provenía y se encontraba él, preparando el desayuno.

- No sabía que, supieras cocinar.

- Pues ya ves. Hay muchas cosas de mí que, aún, no te das por enterada. Pero las conocerás a medida que pase el tiempo. Ahora señora Qaisar, por favor tome asiento y permítame que le atienda. En seguida esto estará listo.

Ella asintió obedeciendo sus palabras.

Tomó asiento frente al mesón que los separaba ambos.

Y en cuestión de minutos, él comenzó a servir, colocando una serie de platos ante a ella.

Había de todo en aquella mesa. Huevos revueltos, tostadas, tocino, panqueques, sandwiches, jugo, café, avena.

- ¿No te parece que, es demasiada comida? - observó ella.

- ¿Tú crees? - expresó él haciendo una mueca y llevando su mano a su barbilla pensativo.

Ablisbeth lo miró sorprendida.

¿Dónde consideraba él que le cabría tantos alimentos? ¿Acaso podía él ingerir todo eso?

Se encogió de hombros en señal de respuesta, y se decidió por tomar un bocado. Comería lo más que pudiera. Era lo único que podía hacer, después de que él, se esmerara en prepararle el desayuno.

- Supongo que, estás acostumbrado a ingerir demasiados alimentos.

- ¿Te parece?

Él hizo una mueca.

Y aquello le dio la sensación de que, Qaisar opinaba que no era mucho.

- ¿Cómo es que puedes estar en tan buenas condiciones si te alimentas de esta forma? - le recriminó.

Si ella hiciera lo mismo que él, definitivamente, comenzaría a rodar de lo gorda que se pondría.

Sebas se llevó una tostada a la boca ladeando la cabeza.

- No lo sé. Supongo que el ejercitarme ayuda bastante. De todas maneras, no es como si me preocupara por ello.

- Eres demasiado relajado.

- Tú te la pasas tensa. — dijo él sin pensarlo.

Aquello provocó que ella dejara de comer y se paralizara por completo frente a su persona. Lo que, lo hizo maldecir en silencio.

¿Por qué tenía que ser tan espontáneo y decir las cosas tal cual le venían a la mente?

Ablisbeth posó sus hermosos ojos grises en él, curiosos y temerosos. Y supo que, había metido la pata al decir eso.

- No es verdad.

- Tranquila. No es un reproche, sino una observación nada más.

- ¿Has estado espiándome? - replico molesta.

- No. — se defendió con rapidez - Por supuesto que no. ¿De dónde sacas algo tan absurdo como eso?

- De lo que acabas de decir. Este matrimonio fue un pacto de parte de nuestros progenitores, no fue ni el deseo tuyo ni el mío. Lo cual significa que, no tendrías por qué estar examinando mi manera de ser o no.

- ¡Eh! - exclamó sorprendido al verla tan alterada.

¿Qué demonios era eso? ¿Por qué se ponía en ese estado solo por un simple comentario?

- Cualquier hombre en esta vida te dedicaría una mirada. Eres… Hermosa y eso es algo que, aunque quisieras, no podrías evitar.

Ablisbeth se levantó de su asiento con prisa. Temblando de miedo.

Aún podía escuchar la voz de su padre cuando, incontables veces, se metió a su cama expresándole lo hermosa que era. Según él, ella tenía la culpa de lo que hacía, por no haber sido menos agraciada.

Y con el paso del tiempo, comenzó a creérselo, a llorar con amargura y enfurecerse contra Dios por el físico que le toco.

Ahora, cuando un hombre realzaba su belleza con algún piropo o comentario, lejos de hacerla sentir halagada, lo cierto era que, le producía un escalofrío y terror que inundaba todo su ser.

Sebas la imitó.

Se puso de pie e intentó acercarse a ella. Sin embargo, la muchacha dio un paso hacia atrás, alejándose de él.

- Ablisbeth… — comenzó a decir él.

- No me toques. — respondió esta categóricamente.

Y él, vio en sus ojos, el mismo terror de la noche pasada.

No entendía lo que había ocurrido.

Estaban desayunando tan tranquilos, conversando y de repente, todo cambio y su esposa huía de él como si fuera un monstruo que le haría daño.

Alzó las manos lentamente, quedándose quieto donde estaba.

-Tranquila. No pasa nada. — le dijo con voz dulce y tierna - Nadie va a lastimarte aquí.

Ella mordió su labio inferior, tratando de contener las lágrimas sin éxito.

Y él sintió que su corazón se rompía en mil pedazos al verla en ese estado.

¡Maldito fuera lo que sea que le había podido dañar de esa forma!

No era psicólogo ni terapeuta, pero ni falta que le hacía para percibir que, querida esposa, albergaba un trauma que, no la dejaba ser feliz ni vivir en paz.

Lo peor, es que, él no tenía ni la más remota idea de como ayudarla. Mientras, no supiera lo que le ocurrió, sería difícil para él hacerlo. Pues, ni siquiera alcanzaba a comprender que, de todo lo que dijo o hizo, activo sus recuerdos y miedos.

Y sugerirle que, viera un psicólogo que, le ayudara con ello, quedaba completamente descargado. Estaba seguro de que, ella no aceptaría eso.

- Por favor no llores. — le suplicó.

Aunque no sabía si debía pedirlo.

A veces, eso era lo que, las personas necesitaban hacer para reponer fuerzas y poder continuar.

- Lo siento. — se disculpó.

Y esas simples palabras, dejaron a Ablisbeth con la boca abierta y estupefacta.

Su reacción había sido instintiva. Algo que no podía controlar ni evitar por más que lo intentara, pero si hubiera actuado así ante su padre u otras personas, el primero, la habría castigado severamente y el resto, la considerarían una loca.

No obstante, Qaisar, se comportaba de tal manera que, no cabía en sí del asombro que le producía.

Era tan desconcertante, tan diferente a los demás.

- Aunque no lo creas, no era mi intención asustarte. No pienses que, soy un psicópata que te ha estado acechando sin que fueras consciente de ello. — continuó él.

- Está bien. — aceptó, pero sin volver a acercarse al mesón donde estaba la comida y mucho menos a él.

- Si te incomodó saber que, te he observado, en verdad disculpa. No lo he hecho con ninguna otra intención que, no sea el conocerte. Hay tantas cosas de ti que, no sé y que me encantaría saber.

- Déjalo estar, ¿Sí? No intentes averiguar nada de mí. — dijo ella a la defensiva.

Él achicó los ojos sorprendidos.

- ¿Por qué? Es normal que, desee conocer a la persona que hoy es mi esposa, ¿No te parece? Sea que lo elegimos o no, estamos unidos para toda la vida, no podemos pasárnosla como extraños, ¿No crees?

- Eso sería lo mejor. No sea que, termines descubriendo cosas que no te gusten de la mujer con la cual te has casado.

Y sus palabras, causaron un fuerte impacto en él.

***

- Señor Qaisar, tío. — saludo Vanessa a los dos empresarios más importantes del país - Me dijo Teresa que, me necesitaban con urgencia.

- Así es querida. — respondió su tío.

- Como usted sabrá, señorita, - intervino el padre de Sebastián - Nuestras industrias, tienen unas estrictas normas de operar y regirse.

- Lo sé. Tengo años trabajando con ambos en lo relacionado con el diseño y la presentación.

- Y es precisamente por eso, por el tiempo que lleva usted laborando con nosotros que, hemos decidido que es la persona indicada para esta tarea.

- Suena bastante interesante. ¿De qué se trata? - preguntó emocionada.

- Dado que, nuestras compañías, son las más relevantes y enriquecedoras del país, decidimos aprovechar que, Ablisbeth y Sebastián, quisieron unirse en matrimonio, para llevarlas a un nivel mayor.

- ¿Cómo así?

- Que ahora no existe nada que, nos impida fusionar nuestras empresas.

- ¡Guao! - exclamó esta llevándose las manos a la boca y cubriéndosela sorprendida - ¿Es en serio?

- Así es. Y queremos que, tú te encargues de la presentación, la imagen y la publicidad de esto. — le informó su tío.

- Para mí sería un gran honor. Ser partícipe de un evento tan trascendental en el mundo de los negocios, impulsará mi profesión como nada. — acepto.

No cabía en sí de la felicidad que eso le producía. Sería un ascenso a la cima de su carrera.

- Entonces, no se diga más. Quedas a cargo de ello.

- Gracias, de verdad. Nunca imaginé que, llegaría el día en el que vería la unión de estas dos grandes compañías. Quién lo diría, ¿No? Que Sebastián y mi prima se enamoraran y optaran por entrelazar sus vidas, ha resultado beneficioso para los negocios de ambas familias. — dijo ajena a la verdadera razón por la cual esos dos se habían casado.

Los dos hombres esbozaron una sonrisa. Pues, ellos si conocían los motivos que orilló a los chicos a eso. Ablisbeth porque, la obligaron, pero con Sebas era diferente.

Este, tenía un espíritu tan libre y rebelde que, su padre estaba completamente seguro de que, de no haber sido porque él mismo así lo quisiera, no se habría casado con esa jovencita. Ni por miles de dólares en sus cuentas bancarias.

Así que, la única razón que se le ocurría de modo que hubiera accedido a sus exigencias, era porque este se había enamorado de la chica. Y eso fue muy ventajoso a su persona.

Ahora solo quedaba cumplir con el sueño de llevar a cada empresa a un nivel superior al que se encontraban.

Y cuando eso ocurriera, Thomas, no le serviría de nada en lo absoluto. Es más, hasta sería un estorbo a sí mismo.

Pero se las ingeniaría para deshacerse de él y de que, hija, se convirtiera en la heredera universal de su fortuna.

Con una mujer como ella, tan dócil y sumisa, podría hacerse con el control total de todos sus bienes y fortuna. Solo que, tendría que buscar la manera de que, su hijo, terminara odiándola y le permitiera arrebatarle cuanto poseería.

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