La rabia bullía en mi interior, estaba cegado por completo. Soltándome del agarre de quienes me sujetaban, me le encimé a Enrico, lo tomé por el cuello y lo pegué contra una pared, golpeándolo con fuerza. Sus guardaespaldas iban a intervenir, mas el médico y mi chófer los detuvieron.
Comencé a golpearlo numerosas veces, con mi puño cerrado, solo visualizaba el cuerpo de Tabata sangrando, golpeado y se desataba en mí un demonio a quien nunca hasta ahora había conocido. El cobarde no se defendía, solo le pedía a sus guardaespaldas separarme.
—¡Sepárenlo! ¡Quítenlo! —exclamaba, con su rostro pálido.
—¡Maldito! ¿Por qué no te defiendes? Te la das de muy hombre para golpear a una mujer, pero un cobarde cuando te enfrentas a un verdadero hombre—le gritaba