Lukyan abrazaba a su gran lobo mientras él lo hacía gemir. Con movimientos constantes que podían ser más fuerte pero la ancha espalda estaba tensa conteniéndose. Aun cuando él le había dicho que no podía contenerse medía su fuerza para no dañarlo. Su grueso brazo rodeaba su cintura cuidando de no lastimar su herida y manteniendo su posición en el borde de la mesa mientras la otra sobaba el muslo hasta sus nalgas, dejando sus dedos fijos en la piel blanca.
Su olor lo envolvía, su boca lo devoraba, sus manos lo marcaban. Él solo podía entregarse a él. Sentirse querido, amado, protegido.
Dante abandonó su boca para dirigirla al cuello, lamiéndolo con ansias. Sus dientes arañaban la piel y Lukyan tembló. El omega echó su cabeza hacia atrás cuando sintió su cuerpo llegar a la cúspide junto a su esposo. Dej&oac