Una expresión de impaciencia apareció en los ojos de Silvia.
—¿Tú y Carlos se pusieron de acuerdo? Apenas se fue él y ya llegaste tú.
Fátima bajó la cabeza y sonrió dulcemente, luego levantó la vista con frialdad en los ojos.
—Lo seguí hasta aquí. Ayer vi con mis propios ojos los mensajes que te envió en su teléfono. Hoy salió del trabajo a las 2:30 de la tarde, compró postres y los trajo aquí.
Silvia se rió fríamente.
—¿Qué es exactamente lo que quieres decir?
La expresión de Fátima cambió.
—Aléjate de él, mejor que no tengan contacto en toda la vida. Silvia, no seas tan desvergonzada, después de romper te robas el marido de otra.
Silvia casi le arrojó el agua de su vaso a Fátima, pero se contuvo y dijo fríamente:
—Fátima, esa frase viniendo de tu boca es particularmente ridícula. La persona desvergonzada deberías ser tú, ¿verdad? La que regresó al país para robarse el marido de otra está frente a mis ojos.
Fátima se puso furiosa, se le enrojecieron los ojos.
—¡Silvia, estás calumnian