El miedo atenazó a Esmeralda. El hombre en la esquina, a quien Carmen había llamado "el lobo", volvió a sonreír, y esta vez, la sonrisa se amplió, revelando más de sus afilados colmillos. Un gruñido bajo salió de su garganta, sonando como una risa horrible.—¿Quién... quién eres? —susurró Esmeralda, retrocediendo hasta que su espalda tocó la fría pared.El hombre se levantó con un movimiento demasiado rápido, demasiado ágil para su tamaño. Se movía como un depredador, una sombra en la lujosa habitación.—¿Yo? Yo soy Alonso —respondió, su voz ronca, más un murmullo áspero que una voz humana—. Y esta noche, eres mía para jugar.Dio un paso tras otro acercándose a Esmeralda, sus ojos nunca se apartaron de su rostro. Cada movimiento se sentía deliberado, cada paso era una amenaza palpable. El extraño aroma que había notado al entrar se hizo más fuerte ahora: olor a cuero, a tierra húmeda y a algo salvaje.—Pero... Doña Carmen dijo que debía prepararme —tartamudeó Esmeralda, su mente busca
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