Desperté con un leve, pero persistente dolor en el abdomen. No era un dolor punzante, sino una presión constante, como si algo pesado descansara sobre mi cuerpo recordándome, segundo a segundo, que nada de lo ocurrido había sido un sueño. Lentamente abrí los ojos, parpadeando varias veces mientras intentaba enfocar la vista. Lo primero que noté fue que no estaba en el hospital.El techo era alto, elegante, adornado con molduras finas y una lámpara de cristal que reflejaba la luz del amanecer. Las paredes estaban cubiertas por un papel tapiz oscuro y sobrio, y el aire olía a madera, a limpieza, a lujo silencioso. La habitación era amplia, demasiado amplia, y definitivamente no pertenecía a ningún centro médico.Giré ligeramente la cabeza hacia la derecha y entonces lo vi.Un hombre estaba de espaldas, de pie frente a una enorme ventana que daba a un jardín perfectamente cuidado. Su silueta era firme, inmóvil, como si estuviera vigilando el mundo entero desde ese punto. No necesitaba ve
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