Un hombre se alzaba en la entrada del ascensor: alto, de hombros amplios y líneas tan marcadas que parecía esculpido en piedra. Su expresión era puro filo: cejas severas, ojos fríos con una concentración cortante, nariz recta y una boca firme, tensada en una línea que advertía a cualquiera que no se acercara. Todo en él exudaba peligro, ese que despierta las alarmas primarias del cuerpo antes siquiera de pensarlo.Linda levantó una mano para cubrirse del resplandor agresivo de las luces del vestíbulo. Entre los huecos de sus dedos alcanzó a ver su rostro—contundente, imponente, imposible de ignorar.Santo cielo…Era deslumbrante. Millones de veces más que el camarero adorable de antes. Y cuando tragó saliva, el movimiento de su nuez se marcó de una forma tan masculina que a Linda se le apretó la garganta y tuvo que tragar también.Él vaciló un instante, luego entró al ascensor y se colocó en el extremo opuesto, de espaldas rectas, mirando al frente, sin dedicarle ni la más mínima mira
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