La luz del amanecer filtrándose por las persianas no era una intrusión, sino una bienvenida. Eran las 5:30 AM y mi cuerpo ya estaba programado. No necesitaba alarma; mi vida era la alarma. Una sinfonía de horarios, un vals perfectamente coreografiado que me llevaba del sueño a la primera taza de café, caliente y negro, sin una pizca de azúcar o leche que pudiera alterar su amargura controlada. Miré por la ventana. Nueva York se desperezaba, pero yo ya sabía que sería un buen día. Siempre lo era, porque yo lo diseñaba así.Mi apartamento en el Upper East Side, pulcro, funcional, era un reflejo de mi mente: una fortaleza impenetrable de concentración. Mi atuendo—camisa azul marino impecable, mocasines de cuero italiano—transmitía autoridad inquebrantable, esencial para el Dr. Nick Brown, cirujano cardiotorácico jefe en el St. Jude.Mientras me afeitaba, repasé mis cirugías: reparación de válvula mitral, bypass coronario doble. Casos complejos, sí, pero rutinarios para mis manos. Mis man
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