Thalassa estaba sentada en el sofá de su recámara, revisaba fotos de una anciana, pero con una sonrisa hermosa y una mirada cálida y acogedora. Algunas de las fotos eran de ellas dos juntas, y capturaban momentos de alegría y risas compartidas.Estaba tan absorta en los recuerdos que no notó la presencia de Luisa hasta que le puso una mano en el hombro. Luisa le preguntó con suavidad.—La extrañas mucho, ¿verdad?Al volver a mirar la foto en la pantalla, Thalassa sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Habían perdido a la abuela hacía seis meses por la demencia, que había empeorado mucho en su último año.En su lecho de muerte, la anciana había tomado la mano de Thalassa entre las suyas, tan frágiles, y le había confesado que, con el paso de los años, se había dado cuenta de que Thalassa no era en realidad su hija, Agnes. Aun así, estaba muy agradecida por todo el cariño y la alegría que Thalassa había llevado a su vida en sus últimos años.Después, falleció, aún sosteniendo la
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