El aire se había vuelto más espeso que la sangre en mi boca. Ahí estaba él, Sebastian Wolfe, al final de la calle. El alfa perfecto, el intocable, el que hacía que hasta las sombras se enderezaran a su paso. Su sola presencia bastaba para que los gammas bajaran la cabeza y guardaran silencio, como si alguien hubiese apagado el interruptor del mundo. Yo seguía en el suelo, temblando, con el cuerpo hecho un desastre, pero lo que realmente me dolía era sentir su mirada clavada en mí.Prefería las patadas de Ryan, lo juro. Prefería los insultos, los golpes, el dolor físico. Porque el dolor físico lo conocía, sabía qué esperar. Pero esa mirada… esa maldita mirada de Wolfe me partía en pedazos que no podía recomponer.Las botas del alfa resonaron en el pavimento mientras se acercaba. Cada paso era un golpe seco en el pecho, y lo peor era que no se apresuraba. Avanzaba con calma, como un juez que sabe que el condenado no tiene escapatoria. Yo traté de incorporarme, aunque fuera un poco, pero
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