KAELANEl bosque era un infierno de fuego y acero cuando llegué al claro. Vi a Lau junto a Rhyd que estaba bañado en sangre antes que Argos reaccionara me arrojé a él, King lo mordía peleábamos a muerte, Argos era un lobo blando enorme, el poder que le daba ser el primogénito de un rey pero King no se quedaba a tras, su pelaje negro brillaba, un golpe mío arrojó a Argos pero un poder nos congeló, se quedó mirando hacia donde estaba Rhyd y seguí la mirada y ahí estaba.Laurenth.De pie en medio de la noche, con el cabello flotando como si el viento la adorara, los ojos encendidos en un azul celeste que quemaba la oscuridad. Su piel irradiaba poder; una energía antigua la envolvía, danzando como fuego líquido. Sus heridas se cerraban frente a mis ojos, y a su alrededor el aire chispeaba, ardiendo de magia pura.Se arrodilló y puso sus manos sobre Rhyd que empezaba a moverse.Su pecho se alzaba con fuerza renovada, las heridas cicatrizadas, la respiración firme.El poder de Lau lo habí

KAELANEl sonido del agua cayendo sobre su piel era más hipnótico que cualquier canción.Laurenth estaba frente a mí, la espalda aún marcada por la guerra, las gotas deslizándose por su cuerpo como hilos de luz.Me quedé quieto, viéndola, sin poder creer lo que había hecho.—Amor… —murmuré, acercándome y dejando que el agua tibia corriera por mi pecho—. De verdad me dejaste sin habla hoy.Jamás pensé que te volverías tan poderosa… trajiste de la muerte a Rhydan.Ella giró apenas el rostro, su mirada calma, cansada, pero tan hermosa que me dolía.—No podía dejar que muriera —susurró—. Se sacrificó por mí… y el miedo a perderlo, a perderte, a perder a mis cachorros… me hizo más fuerte.Apoyé la frente contr

MILA Corrí hasta que mis pulmones ardieron.El bosque me cerraba el paso con ramas y sombras, pero no podía detenerme.Cada latido de mi corazón llevaba un solo nombre: Rhyd.Y, sin embargo, el olor que me perseguía no era el suyo.Era otro.Cedro y fuego.Un aroma nuevo, profundo… que me envolvía y me enloquecía.Me refugié en la cabaña y me dejé caer contra la pared.Kira se agitó en mi mente.«Es él, Mila. Es nuestro compañero. La luna lo trajo.»—Cállate —susurré entre sollozos—. No… no quiero escucharte.Pasaron horas.El amanecer se volvió día, y el día, tarde.Yo seguía allí, mirando la nada, intentando ahogar ese llamado que quemaba por dentro.El sonido de unos pasos rompió el sil