Antonella:Al llegar a casa de Enzo, me cuesta un mundo dejar partir a Diego, pero soy razonable y sé que tiene que velar por su hijo.—¿Quién dijo cansancio? —pregunto a viva voz mientras acomodo mi cabeza en la almohada, y los ojos me pesan y el cuerpo también.Bostezo una y otra vez intentando no pensar en Ambra y en los mechones de mi cabello que quedaron en sus hermosas manos.«Porque ella todo lo tiene lindo».En fin, decido pensar en algo que me hace bien, y a la mente se me viene Diego y todo lo vivido en la casa que comprará para nuestra pequeña familia. Sigo sonriendo como boba por mis recuerdos, y una vez más pienso en Ambra, en que no desea salir de mi cabeza, como si me hubiera hecho magia negra. Ella juega sucio, y tal vez —no lo aseguro— yo también jugaría sucio con tal de tener a mi lado un bombón como Diego.Las cosas no son fáciles en la vida, y menos para mí, y peor aún siendo la amante de un hombre casado. Y sin contar con que debo ser la mala en esta historia de t

Antonella:Llegamos al colegio. Hoy Marcus no nos acompaña, y, a pesar de que podemos estar a solas con Diego, no dejo de notar su ausencia, pues se ha convertido en una parte muy importante de mi vida; un chico que se hace querer con su forma de ser.Como de costumbre, Diego me besa y abraza, dejándome descansar sobre su pecho y así sentir —aunque él no lo sabe— su aroma afrodisíaco, que me transporta a otro mundo. Aprovecho al máximo esta muestra de cariño, como recolectando su aroma para cuando no estoy con él. Cierro los ojos con fuerza, sonriendo, sin creer aún que este hombre espectacular, este hombre de película, se haya fijado en una mujer común y corriente como yo.Consciente de que debo dejarlo ir, abro los ojos y caigo en el abismo, petrificada después de haberme sentido cobijada en el paraíso. Detrás de Diego está el hombre que más daño me ha hecho en la vida, el que más me ha humillado, el que me ha hecho sentir poca cosa, que no valgo nada, más que una simple empleada si

Diego:Aún respiro con dificultad después del torbellino que acabamos de contener. Antonella se recompone con una sonrisa traviesa, mientras yo intento disimular el evidente desorden que ella provocó en mí. Hago una mueca, tratando de acomodar disimuladamente mi pantalón, y ella, al notarlo, se tapa la boca riendo con vergüenza.No puedo culparla. Me he convertido en un descarado, deseando a mi mujer donde y a la hora que sea, y más aún cuando el riesgo de ser descubiertos hace que todo sea más intenso.Cómplíces en todo, nos tomamos de la mano y caminamos deprisa hacia el salón de clases, donde Marcus está conversando con Roberta.—¡Papá! —exclama Marcus, como si no me hubiera visto en días.—¡Marcus! —respondo en su mismo tono, inclinándome para recibir su abrazo.—Maestra —escucho a Roberta detrás de mí—. ¿Cómo ha estado?—Ven aquí, Roberta —sugiero.—Bien, gracias —responde Antonella con amabilidad.—Roberta, aquí me siento yo —interviene Marcus, acercándose a su pupitre—. Disculp

Antonella:¿Qué es el amor?Puedo decir, por experiencia propia, que es un estado de real aturdimiento… o atontamiento, si es que existe esa palabra, porque me pongo tonta de una forma muy especial y ridícula.Hoy Diego no vendrá al colegio por Marcus, y en su reemplazo vendrá la linda de Ambra a jalarme el cabello; por eso lo cepillé muy bien esta mañana, para que se lleve la mejor versión de mi cabellera... No, mentira. A veces mis pensamientos bromean conmigo, y claro, no podían dejar de burlarse de mi desgracia.Roberta retirará a Marcus, y aunque es una mujer encantadora, no se compara con el bombón de Diego, al que extraño con el alma. Aunque sé que es totalmente ridículo, porque lo veo todos los días... pero creo que así es el amor.En cambio, con Bruno, en nuestros mejores momentos...«¿Cuándo hubo buenos momentos?»En fin, lo único que extrañaba de él era su ausencia; esa inexistencia por la cual gritaba —por dentro, obviamente— que apareciera, solo para no verle la cara de a

Diego:Bernardo deja sus pertenencias en la canasta para lavarse las manos e ingresar al pabellón, donde una paciente duerme bajo los efectos de la anestesia, ajena a que, a pocos metros, se está gestando una traición que nada tiene que ver con ella.Mi supuesto amigo sonríe y hace un gesto esperando por mí, mientras que yo solo me limito a darle la espalda para mirar la pantalla de su celular, asombrado de lo que sucede frente a mis ojos.El que era mi mejor amigo hasta hace un par de minutos atrás, mi confidente, tiene mensajes inapropiados con la que aún es mi esposa, y una punzada en el corazón me atraviesa de tal manera, que me tambaleo, teniendo que afirmarme de la pared.—Doctor De Luca, está todo listo para la operación —interrumpe una enfermera, posicionándose a mi lado y esperando a que le responda, mientras en mi interior se libra una lucha por hacer lo correcto o dejar que mis más bajos impulsos cobren vida, algo a lo que no estoy acostumbrado.—Gracias, voy enseguida —log