El fin de semana había llegado, y Skyler no podía contener la emoción de recoger a sus hijas en el internado. Las horas de trabajo, los contratos y las reuniones se desvanecían en cuanto pensaba en Isabella, Mercy y Rowan. Ellas eran su verdadera razón de ser. El portón principal del colegio se abrió, y una multitud de niños uniformados salió corriendo hacia los brazos de sus familias. Skyler buscó entre ellos hasta que tres pequeñas figuras corrieron hacia ella, con sonrisas que iluminaban cualquier sombra en su corazón. —¡Mamá! —gritaron al unísono, abrazándola con tanta fuerza que casi la tiraron al suelo. Skyler rió, acariciando sus cabecitas con ternura. El fin de semana prometía ser especial, lleno de risas y complicidad. Cuando ya se disponía a marcharse con ellas, un detalle llamó su atención: un niño permanecía solo, sentado en la escalinata de piedra. Su mochila estaba a un lado y sus ojos buscaban, con ansiedad contenida, a alguien que no llegaba. Skyler se inclinó

El edificio resplandecía bajo la luz del mediodía. Altos ventanales de cristal reflejaban la ciudad entera, como si Ciudad Vasett hubiera quedado atrapada en la superficie brillante de la nueva sede de INVERSIONES IRM&A.—Bueno, al menos hacer valer su precio —comentó ella en voz alta para convencerse así misma.Después de alquilar la elegante pero sencilla oficina para uso personal, quedó encanta y decidió que ahí era en dónde quería abrir la empresa física. Skyler se detuvo frente a la entrada, con las manos cruzadas frente a ella, y permitió que el momento la envolviera. No era solo un edificio; era el símbolo de todo lo que había tenido que soportar, de las noches en vela y del dolor que la había transformado en la mujer que ahora era.Gran parte de sus ahorros estaban puestos en ese lugar, de ello dependería el exito o el fracaso que tendría en las semanas siguientes. Las puertas se abrieron, y empleados vestidos con trajes impecables comenzaron a desfilar. Ella misma supervisó

El murmullo en la sala de juntas se extendía como un zumbido incesante. Hombres de traje impecable y mujeres con portafolios de cuero intercambiaban miradas de asombro. En la pantalla del proyector, los números eran contundentes: IRM&A se había posicionado como la segunda firma de inversiones más fuerte del momento, solo detrás del imperio Accardi. Sky Walker para el mundo se mantenía erguida al frente, sus ojos grises brillando con una calma que no dejaba entrever el vértigo que provocaban esos logros. —En menos de tres años hemos multiplicado por cinco la rentabilidad de nuestros clientes —dijo, su voz firme resonando en la sala—. No somos una empresa promesa, ya somos una realidad. Uno de los consejeros, un hombre mayor con el cabello plateado, levantó la mano. —Señora Walker, no puedo evitar preguntarme… ¿cómo ha logrado arrebatar contratos que incluso los Accardi tenían casi asegurados? Skyler sostuvo su mirada sin titubear. —Con trabajo y visión. Ellos creen que el a

La bata blanca del obstetra contrastaba con la fría luz del consultorio. Marcella, recostada en la camilla, sonreía con fingida dulzura mientras la máquina proyectaba la imagen en blanco y negro del pequeño ser que crecía en su vientre. Giovanni, de pie junto a ella, observaba la pantalla con los brazos cruzados, el ceño profundamente fruncido. —Míralo, amor —dijo Marcella, acariciándose el vientre con teatralidad—. ¿No es hermoso? El médico asintió, señalando con el dedo. —Aquí está el corazón, latiendo con fuerza. Todo marcha muy bien. Giovanni inclinó la cabeza, sus ojos miel clavados en la forma apenas visible. Su mandíbula se tensó. —¿De cuánto tiempo dijo que estaba, doctor? El obstetra consultó el historial. —Casi de siete semanas. Giovanni apretó los dientes. La noche de borrachera con Marcella había ocurrido hacía dos meses. Dos meses exactos. ¿Por qué el feto se ve más pequeño? —¿No debería verse más desarrollado a estas alturas? —preguntó con dureza. E

Marcella llevaba todo el día mordiéndose las uñas, incapaz de apartar de su mente la imagen de Skyler en los titulares. Esa sonrisa, esa seguridad, esa luz en los ojos que ella jamás había logrado despertar en Giovanni. Cada vez que lo veía leer los periódicos con ese gesto impenetrable, el miedo se apoderaba de ella. El poco poder que había ganado al darse a conocer su embarazo comenzaba a resquebrajarse. —Giovanni… —se atrevió a decir, acercándose a su despacho con un vestido de seda que resaltaba sus curvas—. No puedes dejar que esa mujer vuelva a tu vida. Él levantó la vista del informe que sostenía, sus ojos hazel brillando con un destello helado. —¿Y quién eres tú para decirme qué puedo o no puedo permitir? Marcella retrocedió, pero intentó recomponerse. —Soy la madre de tu hijo. Me debes respeto, lealtad. Soy tu esposa y prometiste darme mi lugar ante todos —respondió con los labios apretados de ira. Giovanni dejó escapar una risa seca, cargada de ironía. —Eso es