—¿Y ahora adónde vamos? —preguntó Nikita en cuanto llegamos al vestíbulo.—¡Al tercer piso, habitación ocho! —respondí, y nos dirigimos hacia el ascensor.—La habitación de la abuela estaba casi al final del pasillo.—¡Toma! —ante la puerta, Nikita soltó mi mano y me entregó la bolsa con la sopa para la abuela.—¡Toc, toc! ¡Hola, abuela! —entré y sonreí, la abuela estaba trenzando su larga trenza. Solo un poco canosa. Seguramente heredé su cabello de ella.—¡Frosenka! —Mi abuela me abrazó con fuerza.—¡Qué guapa eres!—Ya basta, abuela... —Me enfadé de nuevo, como si tuviera 15 años y ella me estuviera alabando delante de un pretendiente.—Tu abuela tiene razón, eres preciosa, mi amor... —Nikita t
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