18. LA MEJOR ACTRIZ
Permanecí en silencio, dejando que Celeste continuara suplicando del otro lado de la puerta, con voz entrecortada por falsos sollozos que buscaban despertar mi compasión. Finalmente, tras concederle unos momentos más de súplica, abrí la puerta lentamente, presentándome como el epítome del sufrimiento. Mis ojos estaban inundados de lágrimas y mi semblante era el de una tragedia viviente. El maquillaje había corrido por mi rostro, creando surcos oscuros en mis mejillas, como ríos de desesperación; y mis ojos, enrojecidos e hinchados, eran ventanas a un alma atormentada. —¡Celia! —exclamó Roger al verme. Mis padres y Celeste me miraron con ojos asombrados. En mi mano, apretaba el bolso con determinación, decidida a huir de todo aquel teatro de hipocresía. Al verme así, mi padre detuvo su furia preparada para lanzarla contra mí. La ira
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