Capítulo 70La fiesta había alcanzado su punto más alto: risas burbujeantes, cristales tintineando, música elegante, conversaciones veloces sobre negocios, escándalos y alianzas estratégicas. Bajo ese aire de sofisticación, nadie parecía notar el campo minado invisible que se extendía entre dos puntos opuestos del salón.A la derecha, Nathaniel Luther.Acompañado por un pequeño grupo de empresarios y políticos que buscaban su atención con adulaciones finamente disfrazadas de conversación inteligente. Él asentía, hablaba poco, con una copa en la mano y una mirada que no dejaba de desviarse hacia la izquierda.Quiso acercarse a ella, pero no pudo. El circulo de empresarios se cerró a su alrededor como un grillete invisible.—¿Qué opina de la colaboración con nuestra empresa?—No estoy en horario laboral, pida una cita a mi asistente —respondió secamente.A la izquierda, Jazmín Ravenshire.Rodeada de sus aliados naturales, la alta élite. Vestía seguridad, autoridad y un vestido que parec

Capítulo 72—Mejor llévatela de aquí y que no siga arruinando mi fiesta.—Yo no sabía. Hija por favor —dijo Rafaela queriendo tomar la mano de Jazmín.—¿Estás mal de la cabeza? ¡Yo no soy tu hija! —se burló de ella con todo el desprecio que sentía— Mateo, sácala de mi casa, este ya no es lugar para ella.A Jazmín le había costado mucho conseguir esas grabaciones, pero un famoso hacker las pudo recuperar por un costo desorbitante... y valió cada centavo.—P-para eso me invitaste —habló Rafaela con voz temblorosa— querías vengarte.—Quiero justicia por lo que paso esa noche hace seis años —le dijo con convicción— pagaras cada lágrima que cayó de mis ojos por mi hijo.Mateo se apresuró a sacar a Rafaela del salón, sujetándola del brazo mientras ella aún murmuraba palabras incoherentes, negando lo evidente. Los murmullos estallaron por todos los rincones, algunos asistentes aprovecharon para salir discretamente, otros no podían dejar de mirar a Jazmín como si la vieran por primera vez. El

74Las luces bajas, el olor a cuero y bourbon caro, y el murmullo de ejecutivos hablando de dinero, poder y estética llenaban el espacio como una niebla invisible.La puerta se abrió y el murmullo cesó por un segundo.Jazmín Ravencroft entró como si el lugar le perteneciera.Vestido negro ajustado, labios carmesíes, mirada de diamante.A su lado, Nathaniel Luther, impecable en un traje oscuro, la escoltaba como un lobo a su loba.Los ojos masculinos no tardaron en posarse sobre ella. Con descaro, sin cuidado.Jazmín sonrió con picardía, como si supiera que todos estaban exactamente donde debían estar.Nathaniel lo notó.Su brazo se deslizó con naturalidad por la cintura de Jazmín, atrayéndola a su cuerpo.Ella giró el rostro apenas, inquisitiva.Él bajó la cabeza y murmuró a su oído:—¿Estás segura de que quieres trabajar con esta gente?Ella no perdió la sonrisa, aunque sus palabras eran un dardo bien dirigido.—Es solo trabajo, señor Luther. Si no quería… ¿por qué aceptó?Nathaniel

76Al día siguiente, Nathaniel mandó a traerle ropa para que pudiera cambiarse.—¿Quieres quedarte a comer? —Insistió en que desayunaran juntos.—No, debo irme. Tengo una junta —pero ella se negó con una excusa rápida. No podía quedarse más tiempo. No después de lo que había hecho anoche.Cuando Jazmín llegó a la mansión Ravencroft, fue Elías quien la recibió en la entrada.—Te llamamos muchas veces anoche —dijo con tono serio.—Lo siento, me quedé sin batería, pero avisé que no vendría —respondió, intentando sonar natural—. ¿Ocurre algo?Elías dudó un instante, bajando la mirada.—Bueno...Un grito infantil interrumpió cualquier explicación:—¡Mami!La palabra rebotó en el salón con fuerza, y el corazón de Jazmín se detuvo un segundo. Alzó la vista hacia la escalera, sin saber si su mente le estaba jugando una mala pasada.Pero allí estaba.Leonardo.—¡Leo! ¿Qué haces aquí, cielo? —exclamó, corriendo escaleras arriba para abrazarlo.Antes de que él pudiera decir algo, ya lo tenía ent

78Jazmín le gustaba atender ella misma a su pequeño príncipe, ahora lavaba unos platos en la cocina mientras Leonardo hacía su tarea en la mesa del comedor, la lengua asomando un poco por la comisura de los labios, concentrado en una operación de matemáticas que ya había borrado tres veces. De pronto, la puerta principal se abrió sin tocar. La voz cantarina y falsa no tardó en escucharse.—Vaya, vaya… No sabía que tenías un hijo —dijo Stella, caminando con esos tacones ruidosos que parecían anunciar su presencia como si el mundo necesitara saberlo— ¡que lindo!Leonardo alzó la mirada con el ceño fruncido, luego miró a su mamá, que se tensó un segundo ante de girarse lentamente, secándose las manos.—No tengo por qué contarle mi vida privada a quien no le incumbe —respondió Jazmín con un tono tan suave como cortante.Stella sonrió, pero sus ojos destilaban veneno.—Oh, no me malinterpretes, Jazmín. Es solo que con un... niño tan grande, entiendo por qué Elías no te menciona en ningún