Capítulo 62La mujer detrás del laboratorio.El viaje comenzó antes del alba. El taxi que los recogió junto al penthouse llevaba en el cristal un cartel sencillo: “Señora García”. Gabriel, sentado en el asiento trasero, miraba por la ventanilla cómo la ciudad se desdibujaba en la niebla matinal. Isabela, a su lado, repasaba mentalmente las direcciones que Elena Vargas le había proporcionado: una pequeña villa en las afueras de Villaluz, un pueblo alejado del bullicio, donde la investigadora se ocultaba desde hacía meses.Durante el trayecto, él guardó silencio, consciente de que ella necesitaba concentrarse. Aunque su gabardina oscura y sus botas hablaban de determinación, sus ojos verdes delataban el cansancio de las noches en vela. No era fácil combinar el cuidado de su esposa con el plan de desenterrar la verdad oculta tras el Metatrexol‑E.Al llegar al pueblo, el taxi los dejó en una calle empedrada, flanqueada de casas bajas de muros encalados. Isabela pagó al conductor y, con v

Capítulo 64El archivo fantasma.Desde el estudio del penthouse, convertido en improvisado cuartel tecnológico, Silvio se movía con sigilo entre los nodos de red y los servidores portátiles que había instalado tras el mueble de la televisión. La penumbra solo se rompía por el parpadeo de los diodos y el resplandor de las pantallas. Había pasado toda la noche escaneando las unidades de almacenamiento conectadas al sistema principal de la Fundación Herrera, y al fin había descubierto algo inusual: un volumen oculto, sin referencia en la tabla de particiones, al que nadie parecía hacer mención en los manuales de auditoría. Lo llamó “ghost_volume”.Con dedos hábiles, Silvio montó la partición y allí, ante sus ojos, apareció un archivo titulado “Clinica_FaseII_Complete.zip”. Lo descomprimió. Docenas de carpetas numeradas —una por cada paciente—, con expedientes digitales, vídeos de sesiones clínicas, correos electrónicos, informes de laboratorio y, lo más comprometedor, documentos firmado

Capítulo 66El precio de la verdad. La ambulancia detuvo su carrera ante el acceso reservado de Clínicas Herrera. Diego y Valeria descendieron del vehículo con pasos apresurados. En el interior, los médicos movilizaban a Adrián sobre una camilla, la piel pálida y el ceño marcado por el dolor. Un tubo de oxígeno le alcanzaba el rostro y un gotero goteaba sin pausa. Mariana, desplomada contra la pared, sollozaba con lágrimas silenciosas.—¡Muevan a mi marido a UCI de inmediato! —exigió Mariana al doctor Suáres, jefe de urgencias.El doctor alzó la mirada y, sin apartar el paso, ajustó el pulsioxímetro en el dedo de Adrián:—Infarto agudo de miocardio con complicaciones. Lo hemos estabilizado, pero su corazón sigue inestable. Necesita cirugía de revascularización.Mariana sollozó con más fuerza. Valeria se acercó a agarrarle el brazo y, entre sollozos, levantó la voz:—¡Todo esto es culpa de ustedes! ¡Papá no habría sufrido esto de no ser por el espectáculo que montaron en el Palacio!

Capítulo 68 – Pactos oscuros.La noche en la mansión Herrera se alargaba con un silencio tenso, interrumpido únicamente por el leve murmullo del viento que se colaba por los ventanales. Isabela caminó con pasos firmes hacia la salida. Había rechazado la oferta de Carlos Herrera, pero sus palabras resonaban en su mente como un eco siniestro. Afuera, la ciudad seguía su curso; dentro, las sombras de los pasillos parecían moverse con vida propia.—Deberías reconsiderar tu decisión, Isabela —dijo Carlos, cruzando los brazos con aire frío—. Me gustaría que entiendas con claridad los riesgos que asumes.Se acercó a ella, midiendo cada palabra. Sus ojos, grises y acerados, brillaban con un fulgor implacable.—Primero: tu esposo, Gabriel Montenegro, no es inmune. Ya he ordenado discretas advertencias en su contra. Si persistes en difundir estos datos médicos sin autorización, podría enfrentarse a “accidentes” que nadie vincularía contigo.Isabela asintió, fingiendo lentitud, mientras su cora

Capítulo 70Juicio a la sangre.El sol de la mañana se coló por los ventanales del Palacio de Justicia con un brillo frío, casi inquisidor. Afuera, el gentío se apiñaba contra los barrotes de contención: fotógrafos, camarógrafos y reporteros dispuestos a inmortalizar cada gesto de la protagonista de aquel video de traición y horror. Tras ellos, familias de víctimas y manifestantes demandaban justicia, alzando pancartas con el rostro pálido de Lucía Guzmán y la consigna: “Que paguen todos los responsables”.Isabela Montenegro descendió del vehículo oficial envuelta en un abrigo oscuro. Sobre su rostro, maquillado para ocultar el insomnio de las últimas noches, brillaban unas lágrimas silenciosas. Al posar un pie en la alfombra roja provisional, levantó la barbilla para encarar a la multitud. Gabriel la acompañó de cerca, sujetando discretamente su mano. Su mirada, llena de orgullo contenido, se cruzó con la de ella apenas un segundo, y bastó para reforzar la coraza que había construi