El silencio que siguió a la caída del Visir fue un rugido en el Gran Salón de Audiencias. La luz dorada de las inscripciones de Amon, activadas por Neferet y Menna, se disipó lentamente, dejando una sensación de calma restaurada.Los generales, los escribas y los sacerdotes leales que aún quedaban en el salón comenzaron a salir de su estupor. La figura del Visir, el omnipotente Visir, yacía en el suelo, derrotado. El Sumo Sacerdote Imhotep, la voz de los dioses, también había caído. El corazón de Egipto se había desgarrado, pero la oscuridad había sido expulsada.—¡Capturad al hechicero! —la voz del Faraon resonó en el salón, clara y autoritaria, a pesar del temblor en sus manos—. ¡Amunhotep! Aseguraos de que no escape. Y que sea interrogado. Que revele todos sus secretos.Los guardias leales, bajo las órdenes de Thutmose, se abalanzaron sobre el cuerpo de Amunhotep. Lo inmovilizaron. El hechicero, aunque vivo, estaba quebrado, su poder disipado, sus ojos vacíos.El Faraon descendió d
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