—Bueno, la noche que vine a tomarte las medidas para el traje, cuando me pillaste husmeando. De hecho, tenía algo en la mano, algo que te robé. —Cristina me pasó el cigarrillo por el pecho, sin estar preparada para la repentina forma en que le agarré la muñeca.¿Un ladrón? ¿Como cuando robaste una caja de pantalones del auditorio de tu escuela?—Peor —admitió—. Te robé uno de tus …. —Hizo un puchero. ¡Maldita sea, era tan mona! Y me frustró.—Eres una maldita chica mala—, le adoré.Quizás soy ambas cosas, buena y mala. Quizás yo mismo me estoy dando cuenta. Creo que es culpa suya, Sr. Rivera-Márquez.Mi nombre completo, dicho por ella, me recordó nuestra relación profesional. Para mí era Cristina, mi buena chica, pero también, para el público, era mi empleada. Esto me convertía en su jefe, el mismo jefe que acababa de derramar su semen caliente sobre su estómago como si fuera un lienzo sucio. Todo era tan indecente.—¿Robar?—, la regañé juguetonamente. —Ay, señorita Harrison, ¿cómo po
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