Por muchas razones. Siempre tenía claras mis prioridades por aquel entonces. Sabía lo que quería y trabajé para conseguirlo. Mi vaga respuesta pareció decepcionar a Mila; su rostro no parecía nada satisfecho. Era mejor que admitir la verdad, que todo estaba destinado en secreto al regalo de cumpleaños de Cristina.
Volví a mirar a Cristina, observando cómo sus deditos trenzaban la punta de su coleta. Constantemente miraba su teléfono, cogiéndolo y volviéndolo a dejar. Odiaba que estuviera en el asiento trasero, tanto física como simbólicamente, desplazada por Mila. Cristina debería haber estado a mi lado. Este era nuestro viaje, nuestro tiempo, nuestra vida, pero lo empañé con una maldita promesa que ansiaba borrar de la existencia, y maldita sea, lo haría. Arreglaría esto, arreglaría lo nuestro.
Cristina extendió la mano, con la mirada como si quisiera acariciarme el brazo. Pero no lo hizo. En cambio, agarró un puñado de gomitas de melocotón que sirvieron de barrera entre ella y Mila.