Capítulo 141 —Estas mas feo de lo que recordabaNarrador:Eros abrió los ojos por segunda vez. Esta vez, la luz no lo molestó tanto. El techo blanco dejó de ser una mancha borrosa y empezó a recuperar su forma. El pitido del monitor era más claro, más constante. Su cuerpo dolía, no de forma punzante, sino como si le hubieran partido cada fibra en dos y luego la hubieran cosido a mano. Tenía la garganta seca, el abdomen vendado, y una sensación de peso en las extremidades. Pero no estaba asustado, porque la sintió a ella a Sasha, a su peque. Y estaba justo ahí, sentada a su lado, con la mano envuelta en la suya. Tenía los ojos abiertos, fijos en su rostro, como si el tiempo entero dependiera de su próxima mirada. Llevaba puesta la misma ropa. El pelo recogido con descuido, ojeras profundas. Pero para Eros… era lo más hermoso que había visto en la vida.—Hey… —susurró, con un hilo de voz apenas audible.Sasha parpadeó. Una lágrima le resbaló sin permiso. Y luego sonrió, como si el alma s

Capítulo 143 —La puerta de la habitación 217Narrador:La ambulancia avanzó por la ciudad como cualquier otra. Sin sirenas, sin luces. Solo el sonido discreto del motor y las indicaciones pausadas de Bernardo.—Cuando entremos —dijo, sin mirar —mantenga la cabeza baja y camine detrás de mí. No salude a nadie. No mire de más. Si alguien la intercepta, yo hablo. Usted no existe.Azucena asintió en silencio. Bajo la mascarilla, tenía la mandíbula apretada. Su respiración era pareja y controlada. Pero sus ojos… sus ojos ardían. Al llegar a la entrada trasera del hospital, se detuvieron en la zona de descarga. Era la entrada que usaban siempre. Nadie los detuvo. Una enfermera alzó la vista y les abrió automáticamente con el botón del mostrador. Bernardo bajó primero. Azucena lo siguió. La luz blanca del pasillo le dio en la cara. Se ajustó la mascarilla una vez más, bajó la mirada y caminó.—Voy a encargarme de recepción —susurró él sin girarse —Usted busque lo que vino a buscar.Bernardo s

Capítulo 145 — Una deuda que cobrarNarrador:Leonardo iba saliendo del ascensor cuando se detuvo frente al mostrador principal del segundo piso. No había nadie allí en ese momento, solo una carpeta abierta sobre el escritorio, con varias planillas desordenadas. Algo le llamó la atención. Fue instinto, costumbre. Miró sin detenerse… pero el nombre le pegó como una bofetada: Escalante, E. — Sala 217. UCIParpadeó. No era una ficha médica oficial. Era una planilla interna. De esas que usan los auxiliares para coordinar tareas entre turnos. Algo de uso diario, que no pasaba por los registros digitales. Pero estaba a la vista de cualquiera. Y el nombre… era real. Leonardo bajó la mirada una vez más, como si no lo pudiera creer. Luego la cerró con calma, se la llevó bajo el brazo y bajó directamente al acceso donde estaban Roman y Dominic. El Diablo fumaba de pie, de espaldas, mientras Dominic hablaba por teléfono con Natalia. Leonardo se acercó sin vueltas.—Necesito hablar con usted, jefe

Capítulo 147 —Crayones rojosNarrador:El Diablo caminaba por el pasillo del hospital con el pulso acelerado, los pasos firmes y la mirada encendida por una furia fría. No necesitaba ver los registros. No necesitaba que nadie le confirmara nada. Ya lo sabía. Lo sentía en el cuerpo, como si el mundo hubiese temblado en el momento exacto en que un extraño cruzó la puerta de la habitación; era guerra, lo que no tenía en claro, aún, con quien. Sacó el teléfono del bolsillo y marcó. Ella atendió al primer tono.—Hola, mi amor.Su voz fue suave, cálida, un refugio inmediato. Y él cerró los ojos un instante, apenas, como si con oírla pudiera calmar el temblor que le recorría la sangre.—Hola, mi reina—¿Que sucede, Diablo?, te escucho preocupado —ella ya conocía hasta el más íntimo de sus deciveles al hablar.—Hubo una filtración. —Su tono era bajo, pero letal —Se metieron a la habitación de Eros.Un segundo de silencio. Nada más. Solo un segundo. Porque Aylin no era de las que se dejaban dom

Capítulo 149 —Perfil bajoNarrador:Pasaron unos días y el ambiente en la mansión comenzó a aflojarse. Las voces ya no sonaban tensas, las miradas dejaron de buscar peligro en cada esquina y hasta la rutina volvió a instalarse en pequeñas dosis. Parecía que la tormenta había pasado, que el peligro se había disipado como humo al viento. Pero el Diablo no se engañaba. Esa calma no era más que un disfraz, y él lo sabía. Podía sentirlo en los huesos, ese instinto que no lo había dejado caer en toda una vida de enemigos. Por eso, aunque permitía que los demás respiraran, no bajaba la guardia. Sus hombres tampoco. No porque ellos fueran tan desconfiados como él, sino porque seguían su ejemplo al pie de la letra. El mensaje había quedado claro desde el primer día:—Mientras yo esté alerta, ustedes también lo estaránAsí, aunque en la superficie reinara la tranquilidad, en el fondo todos sabían que bastaba un solo movimiento equivocado para que volviera la guerra. Dominic lo alcanzó una tarde