No, no sería una noche tan interesante como pensó porque, al llegar a su casa, se dio cuenta que tenía mucho por hacer. Todo estaba revuelto y desordenado. La semana había sido estresante, ajetreada y no tuvo casi tiempo para hacer nada. Con un profundo ceño, echó una rápida mirada a su reloj de pulsera. Eran las seis treinta de la tarde. Su hermano había desaparecido dentro del cuarto de huéspedes ni bien pusieron un pie dentro de la casa y él quedó deambulando de un lado al otro por la sala de estar, el comedor y la cocina. Se quitó el saco y la corbata, dejándolos sobre el respaldo de una silla. Las mangas de la camisa por los codos y se puso manos a la obra. Hizo lo mejor que pudo, organizando documentos importantes que estaban esparcidos por la mesa y la mesita del living. Los metió todos dentro de su maletín y lo dejó sobre el sofá. Después lo llevaría a su dormitorio. Cuando se internó en la cocina, lavó algunos platos, cubiertos, vasos y tazas que se habían acumulado de días
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