Regina se quedó sin palabras.Gabriel lo ignoró.El sujeto, curtido en las comidas de negocios y hábil para leer a la gente, se apresuró a decir:—Ehm… señor Solís, provecho. Con su permiso, nosotros ya nos vamos.Gabriel apenas emitió sonido de asentimiento.El tipo se fue con su acompañante, pero apenas dio un par de pasos antes de girarse de nuevo, con tono de lo más servicial.—Señor Solís, si tiene tiempo, traiga a su esposa. Yo les puedo servir de guía, conozco todos los mejores lugares para comer y divertirse aquí en San Miguel. ¡Le aseguro que se la pasarán de maravilla!Su actitud permanecía indiferente; no se tragó el cuento.A pesar de eso, el otro no se atrevió a molestarse y siguió con su actitud zalamera.—Bueno, ya nos vamos. Nos vemos cuando guste. Usted solo llame, señor Solís, ¡y yo organizo todo al momento!Regina volteó a ver cómo se alejaba aquel señor. Justo entonces, la mujer que iba con él se volteó y la miró.La mirada de la mujer tenía algo extraño, difícil de
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