Louis Octavio y Felipe Sebastián, los hermanos mayores de Roderick, caminaban por las empedradas calles del mercado central. La tarde era soleada, el aire olía a pan horneado, y el murmullo de los comerciantes llenaba el ambiente.—No puedo creer que sigamos solteros —dijo Louis, con una carcajada mientras ajustaba su capa azul—. ¡Tú eres casi tan guapo como yo, y eso es decir mucho!—Gracias por tu humildad, hermano —resopló Felipe, empujándolo con el codo—. Pero es verdad. Entre los bailes, las visitas diplomáticas y las fiestas del castillo, ya deberíamos tener no una, sino dos esposas cada uno.Louis asintió, pensativo.—Quizás nuestro problema es que buscamos emoción en lugar de conveniencia.—O tal vez estamos condenados a vivir a la sombra del matrimonio de cuento de Roderick y Azalea —dijo Felipe con tono sarcástico—. Cualquier intento de conquista termina en comparación.Durante la caminata, varias jóvenes los saludaron con sonrisas intencionadas.—¿Nos acompañan a tomar el t
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