17. La druida y su verdugo
Josephine alzó la cabeza bruscamente, incapaz de ocultar su sorpresa y consternación. La idea de estar cerca de Malcolm, de tener que servirle y atenderle como si fuera un extraño, resultaba una tortura que no estaba segura de poder soportar. Ya tenía suficiente con verlo dentro del monasterio, ahora ¿debía atenderlo?«¡No lo puedo permitir!», pensó ella que, con una voz más controlada, dijo: —Druida Superiora —comenzó a protestar, pero la mirada afilada de Felicia la silenció al instante.—¿Hay algún problema, druida Fletcher? —preguntó Felicia con voz gélida.Josephine tragó saliva.—No, Druida Superiora —respondió Josephine, inclinando la cabeza en señal de sumisión, sabía que no podía molestar a Felicia, o quizás sus niños pagarían el precio—. Será un honor… servir a Lord McTavish durante su estancia —dijo, con la cabeza baja, mientras apretaba sus manos con fuerza, aprovechando que tu túnica las ocultaba.Malcolm, ajeno al torbellino de emociones que sacudía a Josephine, asintió c
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