>>> Adalet: El sonido de las hojas crujía bajo nuestros pies mientras Zefor me empujaba con su cuerpo hasta que mi espalda rozó el tronco del árbol. Todo era bosque a nuestro alrededor… ramas altas, frondosas copas, y el aroma a tierra húmeda. Ese Alfa me observaba como si el mundo se hubiera reducido únicamente a mí. Sus ojos dorados, brillando con intensidad, me tenían atrapada, así como sus musculosos brazos. El brillo en su mirada no era tierno, era salvaje…Y lo peor… o lo mejor… era que yo quería perderme en él. —Dices que me amas. ¿Eres consciente de lo que estás diciendo, mi Luna? —murmuró, acercándose un poco más—. Eso lo incluye absolutamente todo de mí. Su aliento rozó mis labios. Yo apenas podía moverme. La adrenalina me invadía, porque… ¡Estábamos en medio de un bosque! ¡Uno de una manada ajena! Solo un poco más allá estaba la mansión de la Reina de Noche Carmesí, y cualquiera podía salir en algún momento, y vernos… Una parte de mí se estremecía de nervios. Pero l

>>> Adalet: El bosque se volvía cada vez más silencioso. Estaba desnuda entre los brazos de Zefor, con la espalda pegada al tronco áspero del árbol, sintiendo su cuerpo cálido y fuerte envolviéndome por completo. Mis piernas temblaban, mis mejillas ardían, y mi pecho subía y bajaba… Todo mi cuerpo lo pedía, no era suficiente, quería más… Mi Alfa me sostenía con una mano firme en la cadera y la otra entre mis piernas, acariciándome con una precisión que me arrancaba suspiros entrecortados. —Ya no hay vuelta atrás, Luna —susurró con la voz ronca, el aliento caliente rozándome la oreja—. Vas a aceptar todo lo que viene conmigo. Todo lo que soy. Su lengua lamió la línea de mi cuello hasta mi mandíbula, mientras sus dedos se deslizaban con lentitud entre mis pliegues, húmedos, hinchados y sensibles. Me estremecí, apretando los ojos, gimiendo bajo. —Ah~ Sí… mi Alfa… —jadeé, apenas consciente de mis palabras. Mi cuerpo se movía por sí solo, buscándolo, aferrándose a él. Zefor

✧✧✧ Esa misma tarde. En una de las guaridas subterráneas del brujo. ✧✧✧ El silencio en la enorme cámara subterránea era casi absoluto, roto solo por el zumbido débil y constante de una magia oscura que mantenía suspendida en el aire una cápsula de cristal. Dentro, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre su vientre, yacía Ingrid. Su piel no mostraba signos de descomposición. Una amatista, incrustada en un anillo antiguo, brillaba en uno de sus dedos… o al menos, lo había hecho. ¡El brillo estaba apagándose! Falco, de pie frente a la cápsula, observaba en completo silencio. Llevaba una capucha negra. Su rostro frío, su mirada afilada, reflejaba una furia silenciosa. Ya se había cambiado dos veces de guarida. Moviéndose constantemente para evitar ser encontrados. Sabía que tenía muchos enemigos detrás de él, buscando su paradero, buscando el cuerpo de Ingrid que él robo de los enemigos en el territorio de la manada "Noche Carmesí", hace 15 años atrás. —Tsk… —chascó l