Desde lo alto del cielo, Lorette, pudo ver como, ese toro n3gro y bravo, buscaba librarse de aquella prisión. Pero no podía, entre más lo intentaba, las cadenas se le incrustaban en su piel. De pronto, el toro habló: —¿Qué es esto?— dijo, frustrado por el esfuerzo —¿Qué diablos pretendes con esto, batí? Era Lawrence. Por su voz, Lorette pudo reconocerlo. Aunque no consiguió ver a la persona a la que él le hablaba por ningún lado. Asustada, desvió la vista, buscando alguna manera de ayudarlo. Pero no había nada que pudiera servirle. En cambio, un aullido desgarrador, que le heló la sangre, se escuchó en la cercanía. Ese maldito aullido que ella ya conocía muy bien. —¿Beltrán?— pensó en voz alta, aunque nadie pareció darse cuenta de su presencia. Pero eso no era cierto. La tía Lawrence, quien estaba allí oculta entre la jara del río, levantó la vista al cielo. Le había parecido haber escuc
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