Hospital Central de Palermo – Tarde de lluvia, horas despuésVittorio estaba sentado al borde de la cama, secando con lentitud el torso de Cristian. Su cuerpo aún temblaba débilmente con cada roce, no por el frío del agua, sino por la intensidad con la que lo miraba Vittorio: con devoción, con furia reprimida, con ese amor desesperado que arde en secreto. Cristian se mordió el labio, tratando de no sucumbir del todo a lo que sentía. Pero era imposible. Ese hombre, con las mangas de la camisa arremangadas, con las gotas de agua resbalando por sus dedos mientras tocaban su piel como si lo estuviera reconstruyendo pieza por pieza, le hacía olvidar el mundo.—Podría quedarme así —murmuró Cristian—. En esta cama, contigo, lejos de todo.—Y yo podría arrancarle los ojos a cualquiera que intente sacarte de aquí —susurró Vittorio, rozando con sus labios la piel entre el cuello y el hombro, cuidando no presionar cerca de la herida.El beso fue lento, cargado de todo lo que no podían decir.Los
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