Aimunan La voz de la alarma en mi mente me gritaba que huyera, pero mis pies estaban clavados al suelo. Él parpadeó lentamente, como si intentara enfocar su mirada en mí, y una sombra de confusión cruzó sus ojos. ​—¿Qué dices? Yo no...—su voz sonaba pastosa, arrastrando las palabras. ​—Dime algo, hueles a alcohol —Mi voz temblaba, pero me mantuve firme—. Alguien te drogó, Alexander. Tienes que pensar. ¿Estuviste con alguien? ¿Bebiste algo que no era tuyo? ​Se tambaleó, apoyándose en la pared. Sus ojos se veían inyectados en sangre, y el deseo que antes los dominaba se transformó en un terror crudo. ​—La botella de agua... En la sala de juntas...—murmuró, como si las palabras le costaran un esfuerzo sobrehumano. ​El rompecabezas se armaba en mi mente. No era casualidad. Solo había una persona que podía haber hecho algo así, Jía, tuvo que ser Ella, la única en la empresa con acceso a él. ​Se desplomó en el piso, sus rodillas cediendo. A pesar del miedo, me arrodillé a su

Jía De cualquier forma iba deshacerme de esa estúpida. ¿Quién se ha creído? Desde que entró a nuestras vidas, Alexander ha cambiado totalmente. Al principio creí que era una más de las que él solía escoger para saciarse, lo conocía muy bien y nunca solía tenerlas cerca. Pero con ella todo fué distinto, debí detenerlo cuando empezó a llevársela a todas partes con él. A decir verdad cuando llegamos a Venezuela muchas cosas cambiaron, en México cuidaba más de su personal, yo solía vivir en el mismo edificio que él, nuestra seguridad en un país ajeno era importante para él, pero en Venezuela todo cambió, se compró su propia casa y para el personal compró un edificio departamental, creí que por ser cercana a él me dejaría vivir en su Pen house pero para mi sorpresa también me dijo que viviría en uno de esos departamentos. Protesté pero de nada sirvió, le quise ver el lado positivo y pensé en acercarme más a él más que una prima, porque después de todo nisiquiera compartíamos la misma

Aimunan La nieve cubría las calles, pero las flores tenían color primavera, dos estaciones en uno, algo extraño de ver en la vida real, pero válido solo en los sueños. Caminábamos por las calles de un pueblo desconocido, una manito pequeña sostenía mi mano y la otra la de Alex. "¿Quieres que hagamos un muñeco de nieve? Si pa. El niño saltaba de alegría, que bonito era. Buscaré zanahoria mami. No mi amor, yo voy, le hace falta mas panza al muñeco. siii. la risa del padre y del hijo animaba el ambiente frío. Con una zanahoria y un sombrero en manos yo regresaba feliz. Llegó la nariz !!! mi voz se apagó al notar que no había nadie. ¿Alex? ¿Cariño? no es gracioso!, no quiero jugar a las escondidas. Miraba a todos lados y los colores vivos de las flores se iban opacando poco a poco. ¿Donde están? la tarde está cayendo terminemos de hacer el muñeco. Nadie escuchaba, la gente caminaba por mi lado como si no existiera. ¿Hola? solo escuchaba el eco de mi propia voz

Alexander Lee (Jing-Sung) Si él creía que me iba creer esa tontería estaba equivocado. Solté una risa fría ante su intento de amenaza, que aunque lo quiso pintar de forma sutil entendía el significado más profundo. —¿Qué les hace pensar que Munan puede ayudar con el problema de Ji-Seok? Ella no es médico—dije razonando con mi padre. —Puede que no lo sea, pero todos sabemos cómo cambió tus resultados tras el ritual, no soy tan escéptico como tú, aunque no...me agrade ella, creo en las supersticiones y ella viene de esa cultura. —Eso no es relevante aquí —dije mostrando mi negativa. —Nuestro médico no opinó lo mismo—intervino Ji-seok.—Mike dijo que tus resultados mostraron un cambio radical, que aunque no saben exactamente cómo sucedió, te recomendó continuar con lo que fuera que estuvieras haciendo–sonrió—y como te fuiste como un loco tras la señorita Aimunan, concluí que ella era la clave.—Ji-Seok no perdía el tiempo, Mike era nuestro médico de Korea, que trataba nuestra c

Aimunan Desperté a la mañana siguiente, sin ganas de levantarme. Aun así, me obligué a hacerlo. El familiar aroma a café recién molido y a panqueques dulces flotaba desde la cocina, donde Trina ya se había levantado. Por el tintineo de los cubiertos y el suave chisporroteo del aceite, supe que estaba cocinando. Me tomé el tiempo de ducharme, sintiendo el agua caliente resbalar por mi piel y relajar mis músculos tensos. Todas mis cosas seguían en la habitación como si nunca me hubiera ido, el mismo aire de hogar me envolvía. Revisé el teléfono, la pantalla fría y silenciosa en mi mano, esperando algún mensaje de él, pero no había nada. ​¿Qué habrá pasado? Me miré en el espejo y mi reflejo me devolvió una imagen con ojeras oscuras que pesaban bajo mis ojos. Nos acostamos después de medianoche, y la falta de sueño era evidente. Con unas rodajas de pepino, que sentía en mis manos como pequeñas losas frescas, mejoraría el aspecto. Con esa idea salí a la cocina. ​—Buenos días, mi bella d