REINA DE HIELO. CAPÍTULO 81. Una guerra de desgasteVuelvo a mi oficina después de este pequeño tiempo fuera. El laboratorio está igual que lo dejé, con ese aroma a mezcla de químicos, madera vieja y chocolate olvidado que, curiosamente, me gusta. Es un espacio amplio, con estantes repletos de objetos etiquetados, instrumental reluciente y pizarras cubiertas de fórmulas a medio resolver.Me siento en mi silla ergonómica, rodeada de microscopios y papeles dispersos por todas partes. Este es mi lugar, donde las cosas tienen sentido y puedo concentrarme sin que el mundo me grite al oído.Mientras reviso unos resultados en la pantalla, mi mente, sin que yo quiera, vuelve a Viktor, a cómo por fin terminaron las cosas entre nosotros... Mejor no pensar en eso. No quiero buscarlo, no ahora. Necesito distancia, aunque sea difícil admitirlo.Me quedo mirando la ventana, donde el sol entra tímido y calienta apenas la mesa, dibujando sombras suaves entre los papeles.Pero ya sé que con todo lo qu

REINA DE HIELO. CAPÍTULO 83. Un instinto fallido—¿Qué quisiste decir con eso, tío? —le pregunto a Viggo, y la mitad de mí está molesta pero la otra mitad está curiosa.Él siempre suelta bombas y luego se hace el desentendido. Así que me cruzo de brazos con expresión interrogante y mi tío me mira con esa cara de “¿de verdad no lo entiendes?” y se sienta delante de mí con una postura relajada, como si estuviéramos charlando sobre el clima y no sobre un hombre que me revuelve la vida.Detrás de él aparecen el tío Ren y mi padre Christian, y cuando los tres ponen la misma cara de sospecha, entonces sí que me empiezo a asustar.—El idiota está enamorado de ti —dice Ren—. Yo que tuve por años el arrepentimiento retratado en la cara, se lo puedo ver a él sin problemas.—¿Y eso qué tiene? —rezongo y el tío Viggo se acerca más.—Almita, deja que te dé la clase que la experiencia tardará años en darte, cariño. Ningún hombre que cruce el océano por una mujer, invierta en todas las empresas de s

REINA DE HIELO. CAPÍTULO 85. Un mar de culpaNo sé cómo explicarlo, pero el cuerpo se me hiela cuando veo la sangre en el suelo. No estoy preparada para lo que hay dentro de la habitación, pero entro igual, como si alguien más moviera mis piernas.Y ahí está él: Viktor; tirado en el suelo, pálido como el mármol, ensangrentado, con los labios temblorosos y los ojos apenas abiertos, como si la vida se le estuviera escapando por los poros.—¡Viktor! —grito, corriendo hacia él, y caigo de rodillas a su lado.No sé dónde poner las manos. Hay sangre por todas partes. Su camisa está empapada, rota, y tiene heridas profundas. El brazo izquierdo cuelga como si no le perteneciera, y hay un corte horrible en el estómago.—Dios, no… no… —balbuceo mientras trato de apretar la herida con mis manos—. ¡Quédate conmigo! ¿me oyes?Y un segundo después alguien me arranca de ahí.—¡Nooooo!—¡Cállate, déjalo trabajar! —me silencia mi padre mientras me envuelve en un abrazo y veo que Ren y Viggo se gritan

REINA DE HIELO. CAPÍTULO 87. Una bienvenida familiarLlevo a Viktor a casa después de que lo dan de alta, y aunque apenas puede caminar sin parecer que se va a desarmar como un muñeco de legos, insiste en que no necesita ayuda. Terco. Obstinado. Pero en el fondo ese es el idiota del que me enamoré, aunque ya nadie pueda creerlo.Le abro la puerta de la casa, y apenas cruzamos el umbral, lo que nos espera no es un recibimiento cálido con abrazos ni cartelitos de "Bienvenido a casa", no. ¡Es una emboscada familiar en toda regla!—¡Ahí viene! —grita mi tía Ruby desde el fondo del vestíbulo—. ¡Acomódense!Y de repente, todos están alineados como en formación militar. Mi madre, mis tías, incluso mis hermanos pequeños están ahí con los brazos cruzados. La tensión es tan palpable que Viktor se detiene en seco, tambaleándose sobre su bastón.—¿Esto es una intervención? —murmura.—No. Es peor —respondo bajito, mordiéndome la risa.Mi madre, que por supuesto es la más directa, da un paso al fre

REINA DE HIELO. CAPÍTULO 89. Objetos contundentesVIKTORMe bajo del auto frente al edificio principal de Kaizen Financial con un gesto que parece más seguro de lo que realmente me siento. El dolor en mi abdomen todavía es punzante y tengo que hacer un esfuerzo consciente para no encorvarme.La camisa me aprieta donde el vendaje se pega a la piel, y cada paso me recuerda que estuve a punto de morir; pero no tengo tiempo para lamentaciones. Esto es más grande que yo, más grande que el miedo, más grande incluso que el amor que me consume por dentro, que me quema desde que abrí los ojos en ese hospital y vi a Alma.Está embarazada; y nada de lo que haga será bastante o suficiente para ponerla a salvo. Así que aquí estoy.Las puertas se abren frente a mí con un leve zumbido, y el aire acondicionado me da un golpe de frescura que no agradezco. Me tiembla un poco la pierna cuando avanzo hacia el ascensor, pero aprieto la mandíbula y sigo adelante. Alguien viene a mi encuentro y me guían arr