Ethan estaba sentado en el sofá, y sus estornudos resonaban en el aire, cada uno como un pequeño golpe a mi corazón. Me acerqué, preocupada por su estado.—Ethan, ¿estás bien? —pregunté, sintiendo que la inquietud se apoderaba de mí.—No es nada, solo un resfriado —me respondió con una sonrisa tenue, intentando restaurarle importancia.Pero su sonrisa no logró calmarme. Su piel estaba pálida y su fragilidad me alarmaban, y un mal presentimiento me invadió. Pensé en el momento que compartimos bajo la lluvia, y me pregunté si eso había tenido algo que ver con su estado.—Deberías irte a casa y descansar —insistí, casi con tono de madre.Él soltó una risa suave, pero había un leve temblor en su voz.—No es necesario, solo necesito un poco de agua y un par de días para que esto pase.La culpa me golpeó. Me sentí responsable por su enfermedad.—Me siento mal… creo que te enfermaste por culpa de la lluvia —murmuré, consciente de que mis palabras llevaban un peso importante.Ethan se inclinó
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