Me sentí te aliviada al escucharlo.No había actuado impulsivamente, primero me preguntaba a mí.—Sí, por favor Sergio... —me detuve, aún no sabía su cargo en la empresa, aunque con su nivel seguramente era ingeniero—. Por favor, Sergio, ¿podrías acompañar al caballero a la salida? —dije mientras me daba la vuelta.Alberto, sin inmutarse por la presencia de Sergio, siguió provocando:—Señorita, le espero el fin de semana. Usted será mi mejor regalo.Antes de que terminara, Sergio pasó a mi lado y entró, diciendo:—Ahora puedes retirarte.Alberto lo ignoró y, para provocarlo, me dijo:—Señorita, la espero a la salida para almorzar juntos.Me detuve y giré, lista para explotar, pero no fue necesario.Sergio ya había intervenido con voz de rabia:—Ya lárguese.—¿Y usted quien se cree para darme órdenes? —Alberto, con la imprudencia propia de la juventud, mantenía su actitud desafiante.—Soy quien te prohíbe perseguirla —cada palabra de Sergio fue clara y precisa.Miré su rostro anguloso,
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