La apuesta estaba perdida.—¡Maldición! ¿Qué clase de suerte del demonio tiene este mocoso? ¿Cómo pudo encontrar jade imperial verde? —Yeison, desesperado, se dirigió a Fidel—. No, Fidel, ayúdeme una vez más. Solo una más. Le daré lo que pida.Yeison no podía aceptar perder cincuenta millones, y mucho menos a Susie. La bella mujer de hielo se había convertido en una obsesión que juró conseguir a cualquier precio.Sus ojos, inyectados en sangre y hundidos en sus cuencas, lo hacían parecer un jugador que lo había perdido todo. Y en cierto modo, así era.Fidel negó con la cabeza, derrotado.—No, es suficiente. No soy rival para él —suspiró—. Ah, siempre surge nuevo talento. No puedo negar que estoy envejeciendo. No más apuestas.Una sola competencia con Faustino había destruido toda la confianza de Fidel. Ya era bastante que no hubiera caído en la autocompasión total.Cuando Fidel se disponía a marcharse, Yeison, desesperado, lo agarró de la manga.—¡Fidel, no puede irse así! ¿Qué voy a h
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