Pasaron los años. La relación entre Ino, Mario y María se volvió tan fuerte que ya no se trataba de una familia improvisada, sino de una verdadera unión. Ino los consideraba sus padres. Mario la veía como su hija. María, que había dejado de usar el traje de sirvienta por insistencia de Ino, se convirtió en su figura materna. Durante años, María durmió junto a ella, calmando sus pesadillas y sus miedos.Al principio, criarla fue difícil. Las mordidas continuaban, aunque ya no eran tan feroces como aquella primera vez que atacó a Mario. Con el tiempo, Ino aprendió a controlar sus impulsos. Pero algo más crecía dentro de ella.Faltando tres meses para cumplir doce años, Ino comenzó a sentir un hambre descomunal. Cada semana necesitaba un plato más. Dos platos. Tres. Cuatro. Y aunque comía como si tuviera un vacío sin fondo, no subía de peso.Mario, dueño de una granja de leche y engorde de animales, lo encontró extraño. La llevó al hospital en varias ocasiones, pero los resultados siempre

Al llegar a casa, después de almorzar, Ino fue directo a su cuarto. Sacó el frasco con las arañas y comenzó a devorarlas. El sabor era desagradable, pero se obligó a terminar.Segundos después, sintió que algo recorría su cuerpo. Un escalofrío la atravesó, pero pronto todo volvió a la normalidad.Extendió la mano, esperando lanzar una red. Lo único que salió fueron unos hilos finos desde sus dedos. Eran resistentes y brillantes, pero no en la cantidad que esperaba.Intentó una y otra vez. Al final, se rindió.Hasta que se le ocurrió una idea.Recogió los hilos y los guardó en una bolsa. Recordó una noticia que había visto en televisión: la venta de seda se había disparado. Un kilo de capullos de gusanos de seda podía valer hasta 4.500 dalias (450 dólares).—¿Por qué no se me ocurrió esto antes? —dijo, saliendo de casa rumbo a la tienda de mascotas.Al llegar, pidió gusanos de seda.—Están a 100 dalias cada uno —dijo el dueño.Mario le daba 1.000 dalias semanales. Quería que aprendiera

Ino miró a Mario con decisión.—Tengo otra habilidad… puedo memorizar todo lo que está escrito en un libro… si lo devoro.Mario se quedó en silencio. Era una habilidad extraña. ¿Cómo era posible que la tinta no le hiciera daño? ¿Sería por su resistencia física? ¿O por alguna adaptación interna?Después de pensarlo, dijo:—Bien. Tienes prohibido volver a comerte los libros, ¿ok?Ino no entendía por qué, si no le hacían daño. Pero como lo dijo Mario, no tenía opción.—Bien, Ino. ¿Algo más que deba saber?Ino dudó. ¿Le digo lo de la tela? Nerviosa, respondió:—También creé una tela de seda.—¿Tela de seda?Mario tenía muchas preguntas. ¿Cómo lo había hecho? ¿Qué instrumento usó?—Bueno, es cierto que te dije que podías hacer tela cuando terminaras los libros. Pero dime… ¿cómo lo hiciste? ¿Qué instrumento usaste?—Usé un telar de pie —respondió Ino, bajando la mirada.—¿Un telar de pie?Mario estaba cada vez más intrigado. ¿Cómo lo consiguió? ¿Dónde lo escondió?—Mejor muéstrame cómo hacía

Erika volvió con las 24 mil dalias y se las entregó a María.—Nos vemos otro día, Erika.—Sí… hasta luego… —No, espera. ¡Aún no me has contado sobre eso!—Te lo contaré otro día —respondió María con una sonrisa.Erika intentó alcanzarlas, pero las mujeres que esperaban la rodearon. Todas querían que ella les hiciera un vestido con aquella tela.María e Ino salieron de la tienda. Caminaron unos minutos hasta llegar a una tienda especializada en hilos, cintas, tintes para seda, lana y otros materiales.Al entrar, Ino se quedó maravillada. Las bobinas de colores la rodeaban como si estuviera en una tienda de dulces. Pero estaba indecisa.—Buenos días. Me gustaría comprar algunos tintes. ¿A cuánto están?—Buenos días, señorita. Cada tinte cuesta 140 dalias. ¿Cuáles desea llevar?Ino se sorprendió. ¿Tan baratos?—¿Ya decidiste cuáles vas a llevar? —preguntó María.—No lo sé… hay demasiados.Tal vez lleve uno de cada color para hacer pruebas. No creo que haya tantos, pensó Ino.La dueña, al

—Está bien, ahora crea el… —dijo Jubi, pero se interrumpió—. Maldición, no hay suficiente hierro para construir el telar.Ino, feliz y sin escucharla, acarició la figura metálica.—Bien, tú te llamarás Robot 1.—¡Ino, pon atención! No hay suficiente hierro. Hay que destruirlo.—¡No! Ya le di hasta un nombre.—Entiende, no tenemos suficiente material.Ino pensó un momento. No quería perder a Robot 1.—¿Y si compramos más hierro? O… otra cama. Aún tenemos dinero y faltan algunos días para la feria.Se puso a investigar en internet. Después de unos minutos, encontró a alguien que vendía hierro a 100 dalias el kilo. Era un fabricante de pesas para ejercicio. Comparado con los precios normales —250 dalias por kilo— era una ganga.—Podríamos comprar 220 kilos —dijo Jubi—. Eso nos alcanzaría para dos telares y dos robots más.—El problema es cómo traerlo a casa…—¿Y si le pedimos ayuda a Mario o a María?—¿Estás loca? Van a pensar que quiero hacer ejercicio. ¡Van a creer que subí de peso por