La mansión Pembroke, un bastión de elegancia, se preparaba para recibir a Edward Herbert, un primo lejano de William. Isabel, con su habitual gracia, supervisaba los preparativos, deseando que la visita fuera un éxito. Aunque William se encontraba ausente en un viaje de negocios, Isabel quería que Edward se sintiera bienvenido y honrado.—Asegúrense de que todo esté impecable —instruyó Isabel al ama de llaves, con una sonrisa amable—. Quiero que el señor Herbert se sienta como en casa.La llegada de Edward fue anunciada por el sonido de un carruaje que se detenía frente a la mansión. Isabel, con una sonrisa radiante, se dirigió a la entrada para recibirlo. Edward Herbert era un hombre alto y apuesto, con una sonrisa encantadora y modales impecables.—Lady Pembroke, es un placer conocerla —dijo Edward, con una voz cálida y sincera—. Lamento mucho que William no esté presente.—El placer es mío, señor Herbert —respondió Isabel, con una sonrisa—. William lamenta mucho su ausencia, pero r
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