Capítulo dos. Le propongo un trato

Le propongo un trato

Paula miró al hombre fijamente, la había llamado ¿Pía? ¿Quién demonios era Pía?...

—Lo siento, señor, me temo que está usted confundiéndome con otra persona —dijo la muchacha con seriedad.

—¿Piensas que soy idiota? —preguntó con los dientes apretados.

Paula bajó la mirada hacia el pequeño, quién se aferraba a su pierna, como si temiera que fuera a desaparecer. La joven pasó saliva.

—Responde, m*****a sea —gruñó Arturo en tono bajo al darse cuenta de que no podía mantener esa conversación con su hijo presente, pero estaba cegado por la ira.

—Sí.

—¿Perdón? —Arturo no podía creer que le dijera idiota.

—No sé quién es Pía y no estoy interesada en saberlo. Mi nombre es Paula Madrigal, soy maestra de primer año en este colegio. ¿Necesita revisar mis credenciales? —preguntó la mujer con el ceño fruncido.

Arturo la miró detenidamente, su primera impresión había sido suponer que se trataba de Pía Zambrano, su exesposa. Algo que no era posible, la arpía de Pía había muerto en un accidente, pero… Esta mujer se le parecía y mucho…

¿Podría estar equivocado? ¿Podría esa mujer no ser Pía?

—¿Qué sucede, señor, hay algo divertido en mi rostro? —preguntó la maestra en tono bajo.

Paula se regañó mentalmente, ¿estaba loca? ¿En qué diablos estaba pensando para hablarle de esa manera a un padre de familia? ¿Qué pasaba si él la acusaba con la directora?

—No. —respondió Arturo luego de un corto silencio.

Esa mujer no era Pía, esta mujer era bastante corriente, no había nada excepcional en ella, excepto su parecido con su esposa muerta. Parecido, porque si la miraba en detalle, no eran exactamente iguales.

—¿Es usted el padre del niño? —preguntó Paula de nuevo, esta vez se obligó ser cordial.

—Sí, él es Alejandro Montecarlo —dijo extendiendo la mano para que el niño la cogiera.

Sin embargo, Alejandro lo ignoró, por primera vez en cuatro años, su hijo había pasado de él.

—Quiero quedarme con mamá —alegó el niño escondiendo el rostro en la pierna de la chica.

—Cariño, yo no…

—Tenemos que hablar —Arturo interrumpió la explicación que Paula deseaba darle al niño.

—Tengo que reunirme con mis alumnos en el salón de clases, creo recordar que su hijo está en mi grupo, ¿me permite llevarlo? —dijo.

—Hablemos —insistió Arturo.

Paula miró al niño y luego al padre, su parecido era innegable. Lo que no entendía era por qué Alejandro la llamaba mamá.

—Señor, por favor, déjeme llevar al niño al salón —dijo tratando de no dejar escapar su mal genio.

—Permítame unos minutos —Arturo recordó que a las moscas se les atraía con miel, no con hiel, así que no le quedó más remedio que aplicarlo con la maestra—. Por favor.

Paula se mordió el labio con discreción. Suspiró, no tenía más remedio que aceptar, después de todo su salario saldría de los bolsillos de gente como este hombre.

—Está bien, permítame llevar a Alejandro al salón y volveré —prometió.

—Estaré aquí —dijo, era una advertencia, Paula lo sabía.

—Cariño, ven conmigo, vamos al salón de clases —dijo poniéndose a la altura del pequeño.

—No quiero que vuelvas a dejarme —sollozó Alejandro.

—No te dejaré, hablaré un momento con tu padre y luego volveré —dijo Paula.

—¿Me lo prometes? —Alejandro estiró su dedito meñique.

—Te lo prometo —respondió Paula sellando su promesa con el meñique.

En ese momento la maestra no tenía ni idea de donde se estaba metiendo.

—Enseguida vuelvo —dijo, tomó al niño y caminó al pasillo.

Paula deseaba preguntarle al niño, porque creía que ella era su madre, pero prefirió esperar y hablar con el padre.

Arturo miró a su hijo caminar al lado de la mujer, el niño estaba aferrado a la mano de la maestra. Una sensación de impotencia se adueñó de él, sobre todo porque el parecido entre ellas lo había perturbado, era como encontrarse de cara con su pasado.

El hombre sacó su móvil, escribió un corto mensaje para su amigo.

Arturo:

Paula Madrigal, investiga todo sobre ella, quiero saber hasta lo que desayunó hoy por la mañana, necesito la información para ya.

El hombre guardó el móvil, se paseó por unos segundos en el jardín.

—Señor.

Paula se paró a una distancia prudente del hombre.

Arturo la miró por otros escasos segundos.

—¿Está segura que no es Pía Zambrano? —preguntó.

—Completamente segura.

—¿Sabe que hacerse pasar por otra mujer es un delito?

—Lo sé, no entiendo por qué me dice todo esto, señor, por favor, le agradeceré si es un poco más directo.

—Soy Arturo Montecarlo de Mendoza —dijo, como si esperara, que su nombre alterara a la chica.

—Mucho gusto, ya me he presentado antes —respondió—. Seré la maestra de su hijo durante este ciclo escolar —añadió para enojo del hombre.

Arturo se mesó el cabello con frustración.

—Señor, no puedo dedicarle todo el tiempo, mis alumnos esperan a que regrese. Si no tiene nada más que decir, le pediré amablemente se retire del colegio y regrese a la hora de salida —pidió ella ante el silencio del hombre.

—Usted se parece mucho a mi difunta esposa —dijo Arturo finalmente.

—¿Es la razón por que su hijo me ha llamado mamá? —preguntó, Paula sintió un nudo apretarse en su garganta, ella tampoco tenía mamá.

—Sí. Es la razón por la que le ha llamado mamá —aceptó.

—Comprendo —dijo ella bajando el tono de voz, eso cambiaba las cosas y también la opinión que tenía del hombre.

No debía ser nada fácil encontrarse con otra mujer que le recordara al amor de su vida.

—No creo que pueda comprender, señorita Madrigal, mi hijo no querrá separarse de usted.

Paula tragó el nudo formado en su garganta.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Dudo mucho que él acepte que usted no es su madre —explicó al tiempo que le llegaba un mensaje al móvil—. Deme unos segundos —dijo.

Arturo revisó el mensaje de Diego, tenía lo que quería y a la maestra donde quería.

—Como le decía, dudo que Alejandro acepte de buenas a primeras que usted y su madre no son la misma persona, Alex es un niño muy inteligente, pero en este caso…

—Puedo explicarle las cosas si usted me lo permite —se ofreció.

Paula jamás se imaginó estar en una situación tan difícil en el primer día de clases, ¡en su primer día de trabajo!

—No hace falta, le agradezco el ofrecimiento, señorita Madrigal, pero siendo honesto, estoy necesitando una madre para mi hijo…

Paula lo miró y pensó que el tipo estaba loco, no había otra explicación.

—Tengo que volver al salón —dijo con rapidez, con intención de escapar del hombre.

—Le propongo un trato, señorita Madrigal —dijo tomándola del brazo, impidiéndole huir.

Paula apretó los dientes al sentir la mano del hombre sobre su brazo, fue una sensación extraña, distinta y le asustó.

—¿Un trato?

—Sí.

—Con todo respeto, señor Montecarlo, no estoy interesada en hacer ningún tipo de trato, acuerdo o lo que sea con usted —respondió, tratando de librarse del agarre.

 —Le sugiero que escuche antes de rechazar mi propuesta, le aseguro que usted tiene mucho más que ganar que yo. Pero si se niega, le aseguro que perderá lo poco que tiene.

Paula levantó la mirada, aquellos ojos la miraban con frialdad y algo más que ella no pudo comprender. Quizá era… ¿Seguridad? ¿Determinación? 

—¿Está usted amenazándome, señor? —preguntó.

Paula luchó para que la voz no le temblara.

—No. Por supuesto que no es una amenaza, Paula. Sin embargo, puede tomarlo como una advertencia.

El cuerpo de Paula tembló de nuevo y esta vez no era debido al toque sobre su piel, sino por el tono empleado por el hombre.

—Puede venir por su hijo a las catorce horas en punto, que tenga un buen día, señor Montecarlo —Paula caminó al interior del colegio.

Mientras Arturo no podía creer que la maestra se atreviera a dejarlo con la palabra en la boca.

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