Capítulo 3

«...Señora de las cuatro décadas, permítame descubrir, que hay detrás de esos hilos de plata, y esa grasa abdominal, que los aeróbicos no saben quitar...» Ricardo Arjona. 

Lola cuando el ascensor llegó a la planta baja salió como alma que lleva el diablo, resopló al ver que el guardia de la entrada principal, no estaba. 

—Lo que me faltaba —gruñó intentando normalizar su respiración. —¿En dónde se habrá metido este sujeto? —susurró, y empezó a caminar por uno de los pasillos del lobby. 

De pronto escuchó voces:

«No debe tardar en salir, la mujer que contratamos acaba de informar que ya están por bajar; tengan todo listo para el secuestro, pediremos una gran suma por el rescate del jefe»

El corazón de Lola empezó a palpitar con gran fuerza, entonces retrocedió sin hacer ruido, a pesar de que aquel hombre se había portado como un verdadero patán, no podía permitir que le hicieran daño, era un ser humano, y si no lo alertaba, ella se convertiría en cómplice. 

Sabía que no podía alertarlo en delante de aquella mujer, cómplice de esos criminales, por lo que debía pensar en algo rápido, pero el nerviosismo que sentía no le permitía conectar su cerebro con su mente. 

Sus grandes ojos se enfocaron en los números de la pantalla del elevador, estaban bajando, y a medida que descendían el corazón de Lola, retumbaba con gran fuerza. 

«¿Qué hago?» se repetía así misma, entonces cuando las puertas del ascensor se abrieron, Lola hizo lo inimaginable. 

Se aproximó a toda prisa hacia donde estaba Alex, apartó a su acompañante, y ancló sus brazos en el cuello del joven para inclinar su cabeza, y así besarlo. 

El joven Vidal se quedó estático, y de inmediato Lola, sin soltar los labios de él, lo empujó adentro del elevador. 

—Dijiste que querías probar algo diferente —murmuró para que la chica que lo acompañara escuchara, entonces Lola con las manos temblorosas, aplastó el botón del piso treinta. 

—Veo que no te desagrada mi juego —dijo Alex. 

Y cuando Lola iba a refutar y explicarle lo que sucedía, las fuertes manos de él se posaron en su cintura, ella apenas se estaba recuperando de su osadía al besarlo, cuando de nuevo aquellos cálidos y suaves labios tomaron los suyos, y esa húmeda lengua causaba estragos en todo su cuerpo. Ese aliento a menta que provenía de él, nubló sus sentidos, y aquel aroma amaderado y masculino que desprendía de su piel, terminó por borrarle la razón. 

Por unos instantes Lola dejó salir su verdadero, yo, aquella mujer apasionada y ardiente, correspondió con intensidad aquellos besos. 

Alex gruñó al sentir como los labios de Lola devoraban los suyos, en algunas ocasiones alguien le había dicho que las mujeres pasadas de kilos eran muy intensas, y lo estaba comprobando; sin embargo, había algo más en aquellos besos, algo difícil de explicar para él, sin perder el tiempo acorraló a Lola contra uno de los muros de la cabina. 

María Dolores gimió al sentir la dureza de él punzando su estómago, sus bragas se humedecieron por completo, y su cuerpo vibró como jamás antes le había sucedido cuando los dedos de él empezaron a recorrer su blusa. 

Sabía que debía parar, y alertarlo, pero algo muy superior a sus fuerzas, se lo impedían, quizás porque jamás nadie le había besado con aquel fuego que le estaba carcomiendo las entrañas. 

Las hábiles manos de Alex soltaron el moño que ella llevaba y su larga cabellera color del ébano de la noche, cayó sobre sus hombros, el hombre enredó sus dedos en esa espesa madeja oscura y la atrajo con más fuerza a él. 

La respiración de Lola era irregular, jadeó dentro de la boca de Alex, él ladeó los labios, triunfante, sabía que ninguna mujer se resistía a probar aquellas cosas prohibidas; sin embargo, el ruido de las puertas del elevador salvó a María Dolores de sucumbir, se apartó de él, con las piernas temblorosas como pudo ingresó a la oficina, y lo jaló a él. 

—Vaya, sé ve que estás impaciente. 

—Llame a la policía —jadeó Lola—. Lo quieren secuestrar, yo lo escuché, esa mujer con la que usted estaba, es cómplice de esos hombres. 

Alejandro frunció el ceño, se quedó estático, intentando normalizar su respiración y que su cuerpo volviera a la normalidad. 

—¿Qué dices? ¿Te volviste loca?

—Confíe en mí, haga lo que le pido, por favor —suplicó, y de pronto la mirada de Lola se llenó de horror al ver en el monitor como el elevador subía—. Vienen por usted. 

Algo hizo que Alex confiara en Lola, sabía que no tenía mucho tiempo, tomó la mano de ella, y la jaló, entonces a toda prisa salieron por otra oficina a las escaleras de emergencia, Alejandro al ser más ágil, y tener las piernas más largas subía a toda prisa, pero María Dolores sentía que le faltaba hasta la respiración, maldijo en su interior el haber subido tanto de peso, sus piernas parecían dos sacos de plomo. 

—Date prisa —gritó Alex, cuando ella se detuvo a tomar aire. 

—Maldición —gruñó, entonces escuchó como en verdad subían por él, no hizo otra cosa más que bajar hasta donde estaba Lola, cargarla en su hombro y subir lo que faltaba hasta la terraza. 

Lola se sentía apenada, pero a la vez la adrenalina que corría por sus venas, le hacía creer que estaba en medio de una película, jamás en su existencia había vivido tantas emociones juntas en un solo día. 

Alex la bajó frente a un helicóptero, abrió la puerta y le solicitó que subiera. Lola con torpeza lo hizo, y luego él se acomodó en el asiento del piloto, enseguida se aproximó a María Dolores, y le colocó los cinturones de seguridad, sin querer sus dedos rozaron sus voluptuosos senos, y ella sintió su estómago encogerse. 

—¿Usted sabe conducir este aparato? —indagó atemorizada. 

Sus rostros estaban de nuevo muy cerca. Alex la miró a los ojos por segundos y luego bajó sus parpados para contemplar aquellos exquisitos labios, deseó volver a probarlos, pero no tenía tiempo, resopló y se colocó en su lugar. 

Lola cuando lo tuvo a escasos centímetros, estuvo a punto de cerrar sus ojos y volver a sentir la calidez de la lengua de él, jugueteando con la suya, apretó las piernas, desechando aquellos pensamientos, entonces la voz seductora de él, captó su atención. 

—Sé muchas cosas más —indicó y le colocó a Lola los protectores para el oído, mientras él se colocaba los auriculares y se comunicaba con la torre de control, avisando que era un vuelo de emergencia. 

Cuando empezó a elevarse, Lola se hizo la señal de la cruz, y luego giró su rostro para observar como aquellos hombres armados y encapuchados se quedaban en la terraza, emitieron varios disparos al aire. 

—Gracias —le dijo Alex. 

Lola cerró los ojos por unos segundos y luego sus ojos se deleitaron con la impresionante vista que tenía de la ciudad de New York, aunque se sentía nerviosa, esa experiencia no la iba a olvidar jamás, minutos después aterrizaron en otro edificio. 

Alex la ayudó a bajar, y de nuevo notó aquel moretón en su pómulo, sintió pesar por esa mujer, y se sentía en deuda por haberle salvado la vida. 

Lola siguió a Alex, y cuando estuvieron solos en el elevador ella volvió a estremecerse, y ahí se preguntó de dónde había tenido la valentía de hacer lo que hizo en la empresa. 

Cuando las puertas del ascensor se abrieron un grupo de agentes se habían apostado frente al apartamento de Alex, pues había informado de lo suscitado. 

Interrogaron a Lola, era la principal testigo; sin embargo, los secuestradores habían huido, pero los oficiales iban a proceder con la investigación.  María Dolores tuvo que dar sus datos completos, su dirección, y teléfono por si la requerían para declarar. 

—Señor Vidal, sería bueno que contratar seguridad privada, si intentaron secuestrarlo una vez, pueden volver a hacerlo —propuso el agente—, y también para la señora. —Miró a Lola. 

Ella negó con la cabeza. 

—No, yo no necesito que nadie me cuide —expresó. 

—Es solo una sugerencia —habló el comandante. 

Alex se quedó pensativo, insistió, pero Lola se negó, y al ser tarde, tampoco quiso aceptar que la llevara hasta su casa, se fue en un taxi hasta su vivienda; sin embargo, en el trayecto, mantenía sus dedos en los labios rememorando esos apasionados besos. 

María Dolores llegó a su casa tarde. Emma estaba dormida, y Ricardo, había entrado a la casa, por unas cosas, y había vuelto a salir informó Rose, quién al ver a Lola, notó de inmediato su semblante distinto. 

—Parece que la noche estuvo muy interesante —susurró riendo.

Lola rodó los ojos y bebió un poco de agua, presionó sus labios y luego se sentó frente a Rose, no sabía cómo empezar a narrar todo lo acontecido aquella noche, hasta que se armó de valor y le narró todo. 

—¿Besaste a ese bombón María Dolores Beltrán? —indagó Rose sin poder creerlo. 

Las mejillas de Lola se tiñeron de carmín. 

—Fue un recurso desesperado —comentó, y suspiró. 

—¿Qué sentiste? —indagó Rose. —¿Te mojaste? —Carcajeó divertida. 

—¡Cállate! —dijo Lola, y se guardó sus comentarios, luego de charlar un rato más Rose, se retiró. 

Lola se metió a la ducha,  colocó su playlist del telefóno y «Acariciame by María Conchita Alonzo»  empezó a sonar:

—Acariciame, tan suave como el aire amor, tan fuerte como el huracan, que ciega mi mente.

Acariciame, y empapame de tu ternura amor, contagiame de esa locura, que hay en tu vientre —canturreó Lola susurrando, y mientras el jabón recorría su piel, se imaginó las suaves y fuertes manos de Alex acariciándola, se permitió fantasear con él, y cuando sus dedos se hundieron en su interior se imaginó que era ese joven quién la tomaba y la hacía emitir sonoros gemidos de placer, como los que salieron de sus labios en la bañera, sus piernas temblaron cuando liberó sus ansias contenidas. 

****

Al día siguiente Alex no le comentó a su familia lo del intento de secuestro, no deseaba preocupar a su mamá; sin embargo, le preocupaba la seguridad de Lola, por lo que contrató un hombre para que estuviera pendiente de ella, no podía arriesgar a que por venganza le hicieran daño, no le parecía justo. 

Sin embargo, lo sucedido en el elevador tampoco había pasado inadvertido para él, Lola era fuego, una exquisita mezcla de pasión y ternura, algo que hasta entonces no había conocido, ni siquiera con Jacqueline. 

Inhaló profundo, se colocó el traje Armani azul, y salió rumbo a la oficina, esta vez acompañado de un grupo de escoltas. 

*****

En la casa de Lola, Ricardo no apareció y la pequeña Emma se había puesto mal, por lo que Lola tuvo que llevarla a urgencias. 

Llamó a Rose a avisarle que iba a llegar tarde, y que su esposo no aparecía. Su amiga y jefa le dijo que se iba a comunicar con los sanatorios y la policía y averiguar por aquel hombre. 

Minutos de una larga angustia vivía Lola en la sala de espera, caminaba de un lado a otro, y cuando se cansaba, volví a sentarse, hasta que por fin un médico apareció. 

—¿Cómo está mi hija? —indagó con aflicción. 

—El corazón de la niña está fallando, según los estudios no resistirá mucho tiempo, es necesario efectuarle un trasplante —indicó, acomodándose los lentes. 

Lola se llevó la mano a la boca, de sus grandes ojos gruesas lágrimas brotaron. 

—¡Mi niña! —exclamó. —¿Qué hay que hacer para realizar ese procedimiento?

El médico se aclaró la garganta. 

—Debemos poner a Emma en lista de espera —informó—, la operación cuesta alrededor de un millón de dólares. 

María Dolores palideció por completo, sintió que le faltaba el aire, el médico la sostuvo para que la mujer no cayera al suelo. 

—¡Es demasiado dinero! —sollozó. 

—Lo lamento, señora —dijo el médico. 

—¿Puedo verla? —inquirió Lola. 

—Claro, en este momento está dormida, estamos monitoreando su corazón, debe quedarse internada. 

Las mejillas de Lola se humedecieron, debido a la gran cantidad de lágrimas, su corazón se estrujó dentro de su pecho, sabía que ella no era compatible con Emma, no tenía su mismo tipo de sangre, caso contrario no le hubiera importado dar su vida a cambio de la pequeña. 

El médico la condujo a la habitación en donde la niña tenía conectado a su pecho el monitor cardíaco. Lola negó con la cabeza, y sollozó intentando no hacer ruido. Se acercó a su hija y tomó su manita. 

—Mi niña, no sé qué voy a hacer, pero te aseguro que no te dejaré morir —expresó balbuceando agitada—; sin embargo, debes ayudarme, resiste mi amor, prometimos estar siempre juntas, tú eres lo único que tengo en la vida —susurró con la garganta seca, y un agudo dolor en el alma. 

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