El abuelo Gogo

El abuelo George, Gogo, como le digo, ha sido mi padre, mi amigo y mi mentor. Por eso mi corazón ha estado en un hilo tan pronto escuché la noticia de boca de su asistente Teresa. Tras veinte minutos de camino, llego al hospital Saint Bartolomé. Es uno de los mejores centros del estado y eso me da paz, porque sé que será bien atendido. Me estaciono en un lugar cercano a la puerta y entro por el área de emergencias a la estación de enfermería.

—Buenos días — saludo a la enfermera de piel morena que se encuentra llenando una plantilla detrás del mostrador.

Me escanea de arriba abajo y hay aprobación en su mirada. No la puedo culpar, no puedo decir que soy un tipo desagradable a los ojos. Incluso hoy que tomé lo primero de  mi armario: un suéter rojo de lana un tanto holgado y un pantalón negro jean con botas oscuras, sé que no me veo tan mal. Mido un metro ochenta y dos, mi cabello es más claro que oscuro y mis ojos son cálidos. Eso, junto a mi espesa barba, son de lo más llamativo en el público femenino. En otro momento me habría detenido a hacer liga con ella, porque su pelo afro color café y sus labios carnosos son tentadores, además de que debajo de ese uniforme azul se nota que un cuerpo esbelto se esconde. Sin embargo, no es el momento ni estoy de ánimos. 

—Hola —saluda con una sonrisa de lo más brillante — ¿Cómo puedo ayudarte?

—He venido por mi abuelo, George Johnson.

—De acuerdo, señor… — se me queda viendo esperando mi nombre.

—Jeremiah.

—Se encuentra en la sala veintidós, por favor no diga nada que lo agobie, está muy delicado.

—Gracias — respondo ya de camino a verle.

Tras llegar a su habitación, a través del cristal de la puerta lo veo acostado en la cama. Tiene un medidor de pulso en el dedo índice de la mano derecha, varios parches con alambres conectados a su pecho y una bata blanca de bolas blanca que compone toda su vestimenta. Está despierto, con sus grandes gafas de pasta y un periódico frente a él. No puedo evitar sonreír, porque sé que, sin importar cuán mal se encuentre, no pierde tiempo para leer el reporte de los deportes. Lo miro con cariño; tiene el pelo todo blanco propio de la edad, sus ojos entre verdes y grises y las cejas copiosas, todavía oscuras, su nariz respingona tiene algunas pecas y su cara regordeta se ve un tanto pálida. Es un hombre de setenta y ocho años, pero se ve bastante bien.

—Toc, toc.

—¡Jemmy! Qué bueno que has venido, muero de aburrimiento aquí. Quizás tú puedas convencer a estos doctores que me lleven a casa.

Enarco una ceja mirándolo. Su sentido del humor y picardía siguen intactos.

—¿Cómo te encuentras? — me acerco una silla hasta su cama.

—Mal, gravísimo — confiesa todo serio y yo me espanto — ¡Estoy gravísimo, pero del hambre!

No contengo mis ganas de reír. 

—Gogo, pero si has tenido un ataque al corazón... Debes calmarte y tomarlo con calma.

—Lo intento, hijo, lo intento, pero es que con la panza vacía no hay remedio. ¿Sabes lo que es que te priven de comer tocino? A penas me han dado una avena más rancia que yo.

Vuelvo a reír por sus ocurrencias y me siento más relajado, sin embargo, debo esperar escuchar la voz del doctor. Una cosa es por fuera, pero su cuerpo está cansado y sé que está demasiado viejo.

—Veamos si puedo conseguirte un sándwich y algo de chocolate caliente — le ofrezco como si fuera un niño pequeño, sé que es bebida favorita de las mañanas.

—¿Ves? ¡Ya sabía yo que solo hacías falta tú aquí para que las cosas marchen mejor!

 Me levanto para ir a la cafetería, pero me detengo cuando un doctor de unos cincuenta entra a la habitación. El hombre es tan delgado como un palillo. 

—Buenos días, señores. Soy Timothy Ryan, el cardiólogo del señor Jonhson.

Me mira y asiento, mientras estrecho su mano.

—Doctor, ¿Es usted quien me va a enviar a mi casa? — pregunta Gogo todo imponente.

—Eh… Sí, soy yo, pero antes debo hablar con usted acerca de su condición. ¿Me acompaña afuera, joven? — me mira.

—No, lo que sea que tenga que decir, dígalo enfrente mío, merezco saber si me voy a morir.

El doctor lo mira, luego a mí.

—Dígame, doctor. ¿Es grave? Soy su nieto, a propósito — me presento.

—El señor George ha sufrido un infarto que bien pudo terminar con su vida. Su arteria coronaria está obstruida y su corazón en mucho más grande de lo que debería ser por su edad.

Trago en seco ante la noticia.

—Mi corazón está bien, no te preocupes, Jemmy — me toma de la mano como para quitarle peso, pero sé que tiene tanto miedo como yo.

—En realidad, no, señor George. Por su edad y condición no puedo llevarle al quirófano, solo nos resta tratamiento en casa y llevar una dieta disciplinada para de disminuir la grasa excedente de su cuerpo. Les daré una prescripción y una dieta estricta que deberá seguir. Nos veremos cada semana. Eso es todo lo que puedo recomendar.

—Comprendo, doctor, seguiremos sus instrucciones — le doy la mano.

—Eso espero, porque de ello depende la cantidad de tiempo que le queda, señor George.

Se marcha y nos deja con esa sentencia en el aire, ahora conscientes de la gravedad del asunto.

                                                                          ********

—¡Jemmy! — me llama desde su despacho.

Estoy en la sala, sentado en el sofá con mi ordenador en sobre las piernas, viendo algunos informes del trabajo. A diferencia de mi padre, que se negó rotundamente a seguir los pasos de mi abuelo y nunca se interesó por el negocio familiar, soy todo lo opuesto. Desde que tenía doce años, Gogo me llevaba con él a la oficina, involucrándome en todo el negocio, desde juntas con vendedores, promotores, inversionistas, mercaderes y un sinfín de piezas que encajan el complejo rompecabezas que es el de tener una cadena de supermercados. Desde ese entonces me gustó sentirme parte de algo, poder colaborar para que la empresa que nos daba de comer funcionará bien.

—¿Sí, Gogo? — le respondo.  

—¿Puedes venir un momento, hijo? — su voz se escucha un poco amortiguada al provenir detrás de la enorme puerta de caoba.

Me levanto para ver qué desea. Desde que le dieron de alta, me he quedado con él en su casa, para asegurarme que se tome los medicamentos y se alimente de manera correcta. Él estuvo encantado de tenerme en casa otra vez, porque nunca le agradó la idea de que me fuera. Para mí, que tengo una vida social un tanto libertina, lo mejor fue buscar mi espacio y así evitaba la molestia de tener que estar trayendo chicas aquí.

Gogo siempre quiso una familia numerosa, pero mi abuela, a quien no tuve la dicha de conocer, murió muy joven y él no se volvió a casar. Para colmo, mi padre solo tuvo un hijo y bueno, pues… Conmigo no creo que tenga muchas esperanzas. Yo no sueño con una familia como lo ha hecho él. Yo sueño con la deliciosa bailarina que no he tenido la dicha de encontrar.

—Acá estoy — me anuncio tras entrar a la biblioteca, descartando mis pensamientos oscuros.

Me lo encuentro detrás de su escritorio, envuelto en una bota roja oscura amarrada a su enorme abdomen. Tiene a su lado, sobre su escritorio, una taza con café y un pastelillo a medio comer. Se da cuenta que me quedo viéndolo con desaprobación.

—El café es descafeinado y el muffin es light — hace énfasis en esa última palabra y se echa a reír, llevándose a la boca el resto de lo que queda.

Niego con la cabeza en señal de rendición. Este hombre es un caso. Me di la tarea de investigar acerca de la obstrucción de las arterias y no es tan simple como se escucha. Podría sufrir otro ataque en cualquier momento y esta vez sería contundente.

—¿Qué necesitas, abuelo? — le pregunto servicial.

—Siéntate, hijo. Hay algo que quiero platicarte.

Obedezco y lo miro en silencio, a espera de su noticia. Debe ser algo serio para que estemos hablando aquí y para que tenga esa cara tan dura. Generalmente él es un comediante empedernido.

—Tú dirás — me cruzo de brazos, esperando.

—Como sabrás, Harris and Lou ha sido, después de mi familia, lo más importante en mi vida. Tanto así que cuando tu padre se negó a involucrarse en él, una gran tristeza y preocupación me embargó, al no saber en manos de quién podría quedar el sacrificio de toda mi vida. ¿Sabes?

—Sí, estoy consciente de ello.

—Qué bueno, qué bueno. De ahí viene lo que quiero comentarte hoy.

Da dos palmaditas sobre el escritorio, y me mira con tensión. Yo no digo nada, porque es muy extraña su actitud y muero por saber de qué se trata todo esto. Tiene puestos sus enormes anteojos de pasta negra y su pelo desordenado. Para más un niño que un hombre y sonrío con cariño.

—¿Qué buscas, Gogo? Puedo ayudarte si me lo permites.

—Tranquilo, hijo, ya lo tengo aquí.

Sus ojos están fijos en una hoja de papel tamaño oficio. Se nota que es un documento y está firmado por él al pie de la página. Lo sé, porque conozco esa firma de toda la vida. Mi intuición me lleva a pensar que es algo que esperaba desde hace mucho: finalmente me dejará el negocio a mí. Mi pecho se infla, lleno de orgullo. No por el tema del dinero, si no, porque, el hecho de que él sea capaz de depositar en mis manos el trabajo de toda su vida, es todo un honor.

—¿Qué es eso, abuelo? — señalo con la cabeza el papel, aunque estoy muy seguro de lo que es: su testamento.

Se quita las gafas y deja escapar un largo suspiro.

—Esto que tengo en mis manos, Jeremiah — hace una pausa para verme a los ojos y me sorprendo de que me llame por mi nombre completo — es mi voluntad plasmada en papel.

Me la extiende para que la lea, pero sigue hablando.

—Ahora con la muerte respirándome en la nuca, debo asegurarme de que las cosas marchen como quiero que se den, para que todo quede en orden cuando ya yo no esté.

Luego, se reclina en la silla y me le quedo viendo.

—¿Por qué me muestras esto ahora? — es lo único que se me ocurre preguntar.

—Para que no te sientas engañado u ofendido conmigo enterándote después.

Lo miro confundido, ahora sin entender nada. Él lee mi expresión y sonríe.

—Léelo — ordena y yo obodezco. 

Yo, George Harris Johnson, a mis setenta y ocho años de edad, consciente y lúcido, en plenas facultades cabales, dejo estipulado lo siguiente:

Que las donaciones del quince por ciento de las ganancias de la compañía, se continúen realizando de manera constante a la institución La Lucha de Lou (en honor a la muerte de mi esposa quien murió muy joven a causa del cáncer).

Mi casa y el rancho en las afueras de la ciudad quedarán a nombre de mi nieto Jeremiah Johnson.

La suma de USD$800,000 dólares será entregada a mi asistente Teresa Williams, como regalo para su ardua labor a mi lado durante tanto tiempo.

La dirección de la empresa Harris and Lou queda bajo la dirección del señor Jeremiah Johnson, como mi sucesor y único heredero, SIEMPRE Y CUANDO, CONTRAIGA MATRIMONIO EN UN PERIODO DE SEIS MESES, a partir del día de hoy. De lo contrario, la administración pasará a manos de los directivos de la junta y el señor Jeremiah Johnson no tendrá lugar en la dirección, aunque sí recibirá las ganancias que le correspondan.

Firma: George Harris Johnson.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo