Enamorada del Ruso 2
Enamorada del Ruso 2
Por: Sathara
Capítulo 1

…¿Cómo fue que llegamos a este punto? ¿En qué momento nuestras vidas se volvieron un desastre?…

En la bodega solo se escuchan disparos y quejidos de hombres heridos. Corro entre el caos y me adentro traspasando unas puertas de acero, me acerco al cargamento que acabamos de hurtar, abro las maletas negras que estaban destinadas a la destrucción y muevo los frascos con píldoras, una luz titila suavemente en color rojo, meto la mano y saco un pequeño rastreador; nos habían tendido una trampa. ¡Una m*****a trampa!

Lo arrojo al piso y lo rompo con el tacón de mi bota. De pronto escucho los pasos ahogados detrás de mí, giro sobre mis talones y veo a un hombre alto de negro, con un pasamontañas escondiendo su rostro; aunque su cuerpo está cubierto por un chaleco antibalas y un traje táctico, puedo deducir la fortaleza de sus músculos, sus hombros gruesos y su espalda ancha lo hacen ver imponente.

La máscara de kevlar que cubre mi rostro empieza a molestar, de pronto resulta incómoda y la peluca sobre mi cabeza me está calentando el cerebro. Sé que la máscara es lo único que me protege de una posible bala entre las cejas, pero no puedo pelear así; con ambas manos deslizo los cinturones que la mantienen fija a mi cráneo, una gota de sangre escurre desde mi frente y cae por mi ojo tiñendo mi visión de color carmín. Ni siquiera sé en qué momento recibí ese golpe en la cabeza.

Dejo caer la máscara al suelo; el rostro amarillo con una sonrisa grotesca y los ojos profundamente negros me ven por última vez antes de levantar de nuevo mi mirada hacia mi oponente. Con una sola mano sujeto la peluca y esta resbala de mi cuero cabelludo, siento el frío calando entre mi cabello castaño. Dejo caer la peluca a lado de la máscara; el hombre frente a mí no se ha movido ni un solo centímetro, parece una estatua y pese a la sombra que oscurece sus ojos, sé que me ve fijamente, observándome en todo momento.

Extiendo los brazos antes de caminar directo hacia él, sin miedo, pues es algo que hace mucho perdí. Busco con mi mano enguantada en vinil negro la abertura de mi minifalda del mismo color, paso mis dedos por la piel de mi muslo y busco navaja  balisong. Sé que ve cada uno de mis movimientos, ¿por qué no se mueve? Giro mi cuchillo entre mis dedos, armándolo con habilidad frente a sus ojos, lista para enfrentarlo. Los disparos parecen haberse silenciado o simplemente ya me acostumbré a ellos.

—Fue una trampa… —digo con la voz cargada de coraje. —¿Vienes de su parte? ¿Ellos te mandaron?

En respuesta él se quita el chaleco antibalas dejándolo caer al piso, como si no tuviera miedo, confiando en exceso en sus habilidades. Me detengo a unos pasos y saca un cuchillo táctico del doble de grueso y del doble de largo que mi navaja, juraría que una sonrisa se dibuja en su boca sino fuera por el pasamontañas que la cubre; el hombre destila arrogancia. Retrocedo un par de pasos mientras juega con su cuchillo pasándolo de una mano a otra, demostrando el exceso de confianza que tiene en sí mismo.

—Bien, juguemos… —digo furibunda.

Lanzo la primera estocada hacia él, la cual esquiva con habilidad haciéndose hacia atrás, pero eso no me detiene, sigo atacando, lanzando cortes horizontales y verticales, patadas y golpes, girando sobre mis pies, danzando como me enseñaron de niña en el teatro de Dusha, pero ninguno de mis ataques lo alcanza; su espalda choca contra la pared y solo así logro hacer un corte horizontal en su brazo, desgarrando su ropa y haciéndolo sangrar.

—¡Dile a tus jefes que no me podrán detener nunca! ¡Acabaré con ellos como acabaré contigo! —grito desesperada, con la rabia creciendo en mi pecho.

De pronto atrapa mi mano y la golpea haciéndome perder la navaja, para después apoyar el filo de su cuchillo contra mi garganta, obligándome a levantar el rostro hacia él. Apoyo mi mano libre contra su codo como si con eso pudiera evitar que corte mi cuello de un solo tajo. Me jala de la mano haciendo que me acerque más a él, pero sin dejar de apoyar su cuchillo en mi piel; cuando estoy lo suficientemente cerca, su nariz se apoya contra mi sien e inhala tan profundo que mi aroma penetra por su pasamontañas.

Libera mi mano y me toma por la nuca manteniéndome firme contra él, su cuchillo se apoya en mis labios y baja suavemente por mi cuello, trazando una delgada línea sin cortarme, el frío metal enchina mi piel con sus peligrosas caricias. Baja hasta mi pecho y se deshace de los primeros botones de mi camisa, mostrando mis senos cubiertos por fino encaje negro.

Aprieto las mandíbulas, tragándome todo ese veneno que migra hacia mi boca buscando que lo derrame sobre él en forma de blasfemias y maldiciones, pero de pronto la luz llega a sus ojos dorados, esos ojos de león; el odio cambia por sorpresa, una de mis manos –que se mantenían en lo alto a modo de rendición– se acerca a su pasamontañas; él no hace nada por detenerme, deja que mis dedos se enreden en la tela y tiren de ella, descubriéndolo.

Lo primero que veo es su cabello negro revuelto, bajo por su frente, veo sus hermosos ojos miel, sus cejas negras y su nariz recta, sus labios esbozan una sonrisa sarcástica, disfruta ver la sorpresa en mis ojos.

—Nikolai… —pronuncio su nombre en un susurro. ¿Él fue quien nos tendió la trampa?

Volteo hacia la puerta que lleva hacia el campo de guerra, temiendo por mis compañeros, temiendo por mi hermano, si algo le pasa no se lo perdonaré jamás.

—Samantha…

Su voz pronunciando mi nombre sale como un ronroneo contra mi oído, eriza mi piel y acelera mi corazón. El cuchillo cae de mi escote al suelo y su mano ahora libre me toma del mentón obligándome a voltear hacia él; sus labios se presionan contra los míos de forma violenta, se mueven hambrientos, su lengua se abre paso entrando en mi boca y luchando encarnizadamente con la mía. De pronto me olvido de todo lo que ha ocurrido, cierro mis ojos y me dejo llevar; con ambas manos me aferro a sus mejillas atrayéndolo más a mí.

Sus manos viajan hacia mis muslos, levantándome para enrollar mis piernas alrededor de su cintura mientras mi falda se recorre subiendo por mis caderas. El beso se vuelve más ansioso; me abrazo a su cuello, enredo mis dedos en su cabello, presionando su rostro contra él mío. El aire me empieza a faltar y ligeros jadeos se escapan cuando nuestros labios dan segundos de tregua.

De un brinco me alejo de su cuerpo, retrocedo un par de pasos con la respiración entrecortada y las mejillas ardiendo; pasa su dedo pulgar por encima de sus labios y una sonrisa irónica se apodera de su boca, sus ojos brillan como los de un niño a punto de salirse con la suya.

—¿Qué haces aquí? ¡¿Por qué me hiciste esto?! —grito molesta.

—Eres mía Samantha… y vendrás conmigo. —Camina hacia mí con seguridad y sin temor.

—No, tengo mucho que hacer… Tengo mis propios planes y no pienso hacerlos a un lado por ti.

—Cuando yo hice eso te enojaste mucho… ¿Tendría motivos para no hacer lo mismo?

—Enójate si quieres, nada cambiará…

—Vendrás conmigo —insiste y retoma su avance hacia mí.

—No… No lo haré… Mi pelea no es contigo Nikolai, solo… quítate del camino.

Sonríe de nuevo, levanta su mirada hacia el techo y suspira al mismo tiempo que saca de la parte trasera de su pantalón una escuadra .45 y la apunta hacia mí.

—Aun eres esa chiquilla infantil que levanta mis más bajas pasiones… —se relame los labios y sus ojos relumbran en lujuria— …vendrás conmigo.

—¿Qué harás? ¿Secuestrarme? Te meterás en más problemas. —Levanto las manos e intento hacerlo razonar.

—¿Crees que me importa? —Su sonrisa se vuelve más arrogante y pretenciosa.

—No me dispararás… No por la espalda.

Tal vez es muy arriesgado, aun así doy media vuelta y en cuanto avanzo con la primera zancada para salir corriendo, escucho la detonación. Siento un dolor punzante en la espalda, sobre mi pulmón izquierdo… De nuevo pienso: ¿cómo fue que llegamos a este punto? ¿En qué momento nuestras vidas se volvieron un desastre?…

Viena, la capital de Austria es una de las ciudades más grandes de Europa, ofrece una buena calidad de vida –por no decir excelente– y es perfecta para iniciar una vida lejos del crimen. El único problema: el idioma. Yo crecí en Hungría, específicamente en Budapest y claramente toda mi vida hablé húngaro. En la Universidad Semmelweis –donde cursé casi dos años de medicina– aprendí algo de francés, se me hacía una lengua romántica y elegante, pero comprendí que solo me sería de utilidad si viajaba a Francia –curiosamente, la única vez que fui a París no tuve necesidad de hablarlo, ¡vaya ironía!–.

El lenguaje que predomina en este lugar es el alemán austríaco o vienés, así que el primer año aquí solo salía cuando Nikolai tenía tiempo para ser mi traductor. Pese a su pasado como el demonio ruso es un hombre muy culto y domina muchos idiomas, se recibió como abogado hace muchos años de la Universidad de Derecho, la misma en la que Kurt estudiaba. ¿Quién lo diría? 

Después de un tiempo, Nikolai contrató a una maestra de idiomas; venía todos los días a la casa para enseñarme alemán mientras yo cuidaba de mi pequeña Mishka, fruto del amor entre Nikolai y yo. Al cabo de un tiempo ya podía entablar una plática en ese idioma y ahora es la única lengua en mí día a día. 

Por su parte Nikolai consiguió empleo en un bufete de abogados y rápidamente se ha ganado el reconocimiento de sus compañeros y de su jefe. Admito que al principio temía que no le gustara recibir órdenes de alguien más; cada día esperaba que Nikolai llegara diciéndome que entrara al auto sin hacer preguntas y después salir huyendo de la ciudad, pero eso jamás pasó, por el contrario, su jefe lo aprecia mucho, al grado de visitar constantemente la casa para cenar y llevar juguetes a Misha –como le decimos de cariño a Mishka; ya sé que solo me estoy evitando una letra, pero suena más lindo–.

Un buen día Niko habló con uno de los maestros de la Universidad de Medicina de Viena; se había asesorado para que pudiera entrar a estudiar y me ayudó a prepararme. Mi peor pesadilla era imaginar que Nikolai me mantendría encerrada, cuidando de la casa y de Misha por el resto de mi vida, pero sin que se lo pidiera, él me tuvo esa consideración. Nunca se olvidó de mis sueños.

Tuve que renunciar a mi hogar, tuve que sepultar a mis muertos y salir de mi país, tuve que distanciarme de los que aún me quedan vivos; así como Nikolai tuvo que desaparecer del radar. Es triste y solitario tener que vivir así, no voy a negar que a veces sueño que Ed conoce a la pequeña Misha; sé que sería su adoración y que ella lo amaría, pero solo se quedará así, como un sueño, porque lo más seguro es que jamás lo vuelva a ver. 

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