Capítulo Uno: El CEO

REAGAN

Antes de que la alarma suene apago el celular dejándolo en la mesita de noche otra vez. Son las cinco diez de la mañana y mi jornada laboral está por comenzar.

Froto mi rostro con pesar, ya que las palabras de mi madre Renata se toman mi cabeza, su propuesta estuvo todo el fin de semana dándome vueltas, pero insisto en que no es la mejor idea. No es una buena opción para mí. 

No con ella quien se atrevió a engañarme una vez, por lo que no es de fiar. 

Soy un hombre adulto que dejo de creer en las relaciones monótonas y monógamas, y que puede hacer lo que se le pegue en ganas, sin embargo, a mis veinte y seis años, no puedo decirlo con libertad, ya que me ato a una cláusula inamovible del testamento de mi abuelo Royer.

Esta semana ha sido algo caótica, la muerte repentina por un paro cardiorrespiratorio que tuvo nos tomó a todos por sorpresa, dejándonos en un estado fúnebre que ninguno quería experimentar y más cuando mi abuelo era el pilar de la familia Armstrong.

Siento que de cierta manera esa unión se fracturo con su perdida.

Mi padre quedo devastado y para que decir, mi hermana pequeña Raven y yo, quienes éramos los únicos nietos por parte de la familia de mi padre que tenía, solo pensar en su ausencia me duele el pecho, ya que todo lo que se, me lo enseño él.

Solo han pasado unos pocos días y ya extraño todo de mi abuelo, que la vista se me nubla otra vez.

Sus consejos sabios y experimentados que no volveré a escuchar, sus disciplinas que a veces me herían el orgullo y por supuesto el amor incondicional que siempre me mostro, son cosas que quedaran grabadas en mi memoria por el resto de mis días.

Pero no me lamento más, porque igualmente me jodio.

Ahora resulta que debo encontrar una esposa en un plazo de tres meses o si no, el Holding Armstrong pasara a la fundación de “La Caridad”.

No es que me moleste, pero he trabajado duro para que nuestro apellido se engrandezca.

Me gradué de Ingeniero comercial en la universidad de Harvard y durante todos esos años también trabajé por la empresa, por eso me causa un poco de rabia su decisión, pero eso no quiere decir que aun con todo ayudamos a las hermanas de la caridad, quienes se encargan del más necesitado.

Muevo las sábanas y me siento en la cama y vuelvo a mirar mi celular: cinco veinte.

Me voy al baño y doy el agua, el vapor hace nubes y empaña el vidrio. Dejo que el agua me moje el cuerpo, pero nada, la tensión la sigo sintiendo en todos mis músculos.

Con una toalla en la cintura vuelvo a tomar el celular y le marco algunas de las chicas que tengo agendadas para decirle que me esperen en mi oficina, necesito liberarme.

Nicol es la primera en contestarme. Una rubia despampanante que hace mamadas de p**a madre. Me vendrá bien por el rato.

Abro el armario y saco el traje azul, que me queda como un guante y después de media hora tomo el maletín de cuero marrón claro con los documentos y cierro el departamento.

Hoy mi ama de llaves ni mi chofer vendrán, que no me queda más que bajar al subterráneo para tomar mi Maclaren negro. Manejar este auto es exquisito, otro de mis placeres predilectos. Lo saco del estacionamiento subiendo a la calle principal, que el cielo nublado aparece ante mi vista y el móvil que esta sostenido en un porta celular, suena sacándome de mis pensamientos fatalistas.

Leo el nombre del pesado de mi amigo, y contesto.

—Hola bombón —saluda Julián animado.

—¿Qué quieres? —digo más hosco de lo que quería.

—¿Pero que carácter amigo? ¿Qué paso? ¿mala noche o no se te paro?

Se empieza a reír y yo bufo. Siempre tan oportuno. Doblo a la izquierda y el tráfico en Manhattan es para estresarse el triple.

—Habla rápido que no tengo toda la mañana para ti.

—No folles en el almuerzo, hazlo ahora a penas llegues a la oficina —dice y pongo los ojos en blanco.

—¿Por qué vas a invitarme algún lado?

—Justo eso bombón —sigue molestándome—. Almuerzo de a dos como los viejos tiempos. Además, necesito saber todo lo que sucedió con ese testamento de miedo. El abuelo Roger si se las traía.

—Ni me lo menciones.

Julián, mi mejor amigo no deja de reírse de mi desgracia, que termino cortándole.

Acelero cuando veo que puedo alcanzar a pasar con verde, pero mi mala fortuna me persigue y tengo que activar los frenos de seguridad para frenar a tiempo. Las ruedas chirrían y el olor a quemado se filtra por mi nariz. El corazón se me paraliza cuando veo a la chica quieta en su lugar a centímetros de la punta de mi auto.

Unos centímetros más y la arrollo, que otro cuento estaria contando.

—¡Hey idiota! —vocifera la pelinegra golpeando el capo de mi vehículo. Sus ojos grises están furiosos como el mar en invierno—. Ten cuidado por donde manejas ¿no ves que esta en verde? —me señala el semáforo y sacude la cabeza en molestia dándome la espalda.

Mis ojos viajan por su cuerpo notando aquellas curvas pronunciadas que se le marcan a través del abrigo rojo que lleva, perdiéndose entre el tumulto de gente. Un claxon me hace saltar y maldigo lo distraído que estoy. Vuelvo a poner en marcha el vehículo para llegar a mi edificio.

La torre alta de vidrios de espejos me recibe. Entro por aquellas puertas giratorias y la chica de vestido azul corto y curvas pronunciadas me está esperando en el vestíbulo.

No saludo ni miro a nadie, más que a la rubia a la cual le hago una seña para que me siga. Nos subimos en el ascensor en completo silencio hasta llegar a la última planta.

Me fijo en el puesto de mi secretaria que aún no llega y eso me da unos minutos para terminar lo que se aprisiona en mis entrepiernas. Y antes de meterme a mi oficina, me desvió por el pasillo hacia el lado izquierdo para llegar a la sala de reuniones que está vacía.

Hago pasar a la chica y apenas pone un pie dentro, cierro la puerta y la tomo de los hombros ejerciendo presión para que baje.

—¿Reagan no vas a besarme primero o al menos invítame un café? —Su voz entre excitada y dolida me descompone un poco el genio.

—Después —digo.

Y ella tuerce los labios.

—Me tendrás que recompensar —pide y yo bufo cuando me comienzo a impacientar.

—¿Quieres o no quieres Nicol? Porque no tengo todo el día para tus indecisiones. Sabias que venias a tener sexo, tú lo aceptaste, no sé de qué ahora te quejas.

—¿Por qué eres tan poco romántico? ¿Te das cuenta de lo frío que suenas?

Echo la cabeza hacia atrás y respiro hondo buscando la paciencia con estas mujeres. Soy claro a la ahora de pactar acuerdos, pero ellas siempre lo confunden todo. Vuelvo a mirar sus ojos mieles y la tomo del brazo para que se ponga de pie.

—Se me quitaron las ganas. Ahora vete.

Ella abre los ojos y me toma de la camisa.

—Por favor si quiero hacerlo —suplica—. Me encanta estar contigo, bebé.

La indecisión me avasalla. Estoy jugando con sus sentimientos, porque sé que quiere algo más. Algo que no soy capaz de ofrecerle a nadie, que asiento con un movimiento de cabeza con ese dejo de amargura.

Podre ser un cabrón y un hijo de p**a la mayoría de las veces, pero en ocasiones igual me duele romper corazones, porque yo ya experimenté uno o al menos eso creo.

La rubia se arrodilla y con destreza me desabrocha el cinturón. Busco en mi bolsillo y le paso el preservativo.

—No es necesario, hoy quiero complacerte mucho —dice risueña. 

—Nicol no follo sin condón —digo diciendo la verdad, porque en si me acuesto con tantas mujeres que de alguna forma tengo que evitar las enfermedades de trasmisión sexual. No quiero pegarme algo con lo cual después me vaya arrepentir.

—Pero Reagan llevamos tres meses follando.

—Si, pero no eres la única que desfila en mi cama.

El rostro se le punza en dolor y estoy a punto de terminar esto, cuando niega y rompe el papel de aluminio con sus dientes.

Echo mi cabeza hacia atrás apoyándome en la madera de la puerta, y observo los ventanales que dan a los cientos de rascacielos altos. No necesito mucho cuando estoy listo.

El calor de su boca rodea mi erección y enredos mis dedos en sus mechones ondulados. La guio un poco más fuerte follandole la boca y Nicol se atraganta, pero como la viciosa que es sigue prendiéndose de toda mi masculinidad.

Los segundos se convierten en minutos, minutos largos y tendidos que me recorre el placer.

Cierro los ojos y mi mente evoca aquella chica de abrigo rojo y cabello azabache, que el corazón se me dispara y frunzo el ceño para enfocarme en mi ligue, sin embargo, me sorprendo aún más cuando ya no veo a Nicol, sino a la chica de ojos grises que me mira furiosa prendiéndose de mi miembro.

La excitación me sube a las nubes y la sangre bombea a la velocidad de la luz. Su calor y su boca hacen estragos en mí, que la presiono con más fuerza cuando mis piernas se tensan y siento el derrame inminente en su boca.

Vuelvo a la realidad cuando veo a Nicol que se están limpiando la boca.

—Estuviste mejor que nunca —anima, pero yo me muevo al baño a buscar papel higiénico para limpiarme. Prendo la luz y saco papel del rincón. Cuando estoy limpio los boto al tacho de la b****a. El desconcierto se toma mi mente.

¿Pero qué diablos? ¿Por qué la imagine a ella?

Unos brazos delgados me rodean la cintura y me besan el cuello. Que yo me guardo el miembro y me cierro la cremallera. Me doy vuelta y ella intenta besarme, pero la aparto. No me interesa probar su boca, no después de que me hizo un oral.

Salgo del baño con sus protestas y quejas que me hacen doler más la cabeza.

—Gracias —digo y dejo un par de dólares en la mesa—. Esto es para ti. Tómalo como un regalo de mi parte.

Los ojos claros de la rubia se le llenan de lágrimas, pero no estoy para drama, que salgo de la sala de junta en donde mi secretaria ya llego, intenta saludarme, pero sabe que vengo de mal humor y por eso se abstiene a seguir tecleando en el computador.

Los tacones de Nicol resonando me hacen rodar los ojos y más cuando me toma del brazo enterrando sus uñas acrílicas y deteniéndome.

—¡Eres un patán! —grita furiosa—. ¡No quiero que me vuelvas a llamar!

—Si, como digas —me suelto y me arreglo el traje.

—Pero Reagan, tú y yo pensé que íbamos en serio. Pensé que me querías.

¡Diablos esto me cansa! otra más que se enamora cuando le deje en claro que solo éramos sexo.

—Pensaste mal y no estoy para tus dramas. Ahora vete Nicol.

—Eres una b****a.

—Agradece que al menos me sé tu nombre.

Hago un ademan con mi mano y saco mi celular para eliminar su número. Una menos y me encierro en mi oficina a trabajar.

Odio los episodios de celos que se montan algunas mujeres. Nunca le di la razón a nada. nunca di otra apariencia más que esta. Follar es como mi deporte favorito. De vez en cuando hacerlo está bien. Pero cuando se ponen en plan drama Queen, con que he maltratado su dulce corazón me fastidian de sobre manera poniéndome de mal humor.

Porque si un chico te dice que solo quiere sexo, es porque no hay más, pero las mujeres insisten en querer cambiarlo, como si fueran unas salvadoras. Cosa que no son y deberían aprender con el primer rechazo.

La mañana se me van en firma de contratos, llamadas innecesarias y visitas inoportunas que me dan ganas de echar, hasta que llega el anhelado almuerzo, ese en donde Julián dice que es espectacular.

Veamos qué tan bueno es y si vale la pena desperdiciar tiempo ahí.

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