CAPÍTULO 7. Una ofrenda de paz

El cabello le rozaba la curva descendente del trasero. No era cuadrado, sino que parecía afinarse, como una condenada flecha apuntando a todo lo que Elliot juraba que no quería.

El cristal de la ducha, ahumado por el vapor del agua caliente, apenas si le dejaba ver algo más que la silueta de su cuerpo, pero eso era suficiente para ponerle el corazón a latir como si fuera un caballo desbocado.

La sensación de rozar su piel le cosquilleaba en las palmas de las manos, como si el recuerdo regresara, tentador y perfecto. La sensación de haberla besado, de haber estado dentro de ella. Era como si su cerebro se llenara de aquellas imágenes en el momento justo.

Él la odiaba, pero su cuerpo era un traidor de mierd@ al que le gustaba recordarle que aquella mujer era una tentación mojada sobre la que quería estar de nuevo.

—¡Maldición! —gruñó y vio volver la

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