CAPÍTULO UNO: TE ENCONTRÉ

Capítulo uno

Te encontré

*Cassandra Reid*

Mi piel se encuentra helada, tengo el cuerpo entumecido y la superficie cada vez parece más lejana. No puedo nadar, el aire se me agota, moriré sola sepultada bajo el mar... Entonces, aparece él: mi príncipe encantador. Su rostro es tan hermoso y sus brazos tan fuertes que no parece real. Él me arropa con su cuerpo para luego llevarnos a la superficie. Entonces, vuelvo a respirar, ya no soy arrastrada por las olas, pero tiemblo debido a la cercanía de mi salvador. ¿Existe un hombre más guapo? La respuesta es clara: no. 

Intento agradecerle, pero soy interrumpida por su sonrisa ardiente.

— Te encontré —dice antes de besarme.

Su embriagador aroma se mezcla con el mío mientras nuestros labios se devoran de una forma desesperada. Nuestras pieles se rozan y el mero contacto estremece cada parte de mi excitado cuerpo.

— Sii mia moglie, cara*.

No me da tiempo a responder, pues vuelve al ataque con su boca. Estoy a punto de perder la razón. Ansío su calor, sus caricias. Quiero todo de él y...  

Siento algo vibrar en mi vientre, no puedo describirlo, pero las sensaciones poco a poco van desapareciendo, así como la figura de mi príncipe encantador.

La piel me vuelve a vibrar y al tantear el sitio, descubro la realidad: mi hombre ha desaparecido, no era más que un sueño. Con los ojos aún cerrados, descuelgo el móvil antes de llevarlo a mi oído—. ¿Si?

— Mueve tus pies hasta aquí —ordenan al otro lado de la línea—. Tu jefe ha llegado y la ronda comenzará en cinco minutos.

— Vale —contesto con voz pausada aún adormilada. Tengo mucho sueño, solo me quedaré un minutito más.

— ¿Qué haces, Cassandra Reid? —el grito me hace dar un brinco que me espabila del todo—. Despierta ahora o volverás a San Francisco antes de tiempo.

— Estoy despierta, estoy despierta —profiero antes de terminar la llamada. 

Me coloco las zapatillas, me estiro con rapidez y me lavo el rostro antes de salir corriendo por el pasillo. Termino de hacerme la coleta cuando llego a la recepción de la sala.

— Aquí están los expedientes —me extiende las numerosas carpetas junto a un vaso de café—. El doctor Rossi comenzará por el caso de los mellizos.

— De acuerdo —asiento—. Gracias, Leah. Eres la mejor.

— Lo sé —sonríe con suficiencia—. Ahora date prisa. 

— ¡Te quiero! —exclamo mientras emprendo el camino hacia la habitación correspondiente.

— Doctora Reid —mi jefe ya se encuentra en la puerta esperando por mí. No sé cómo lo hace, pero el hombre se las arregla para siempre llegar antes que yo. No importa cuánto madrugue o cuánta prisa me dé. Aunque no solo me pasa con él, suelo llegar tarde a todos los lugares. 

— Buenos días, doctor Rossi.

— Espero que haya estudiado el caso muy bien o no entrará en mi salón de operaciones.

¿Está prohibido odiar al jefe? Porque yo odio al mío. Podrá ser el mejor Cirujano Pediátrico de Florencia, pero yo no puedo dejar de verle como un ególatra amargado. Dos años trabajando en su equipo, demostrando mi valor, sobresaliendo incluso por encima de los propios cirujanos y él continúa explotándome como el primer día. ¿Será porque soy americana? He escuchado los rumores del personal sobre su ex novia estadounidense. Se comenta que desde la aparatosa ruptura entre Miranda Thompson y el doctor Rossi, este último odia a las americanas. Hasta ahora me he negado a creerlo, pues me parece ridículo. Sin embargo, estoy comenzando a dudar.

— Lo he hecho, doctor.

— No quiero promesas vacías, sino demostraciones, doctora Reid —advierte antes de ingresar a la habitación junto a mis colegas que han ido llegando poco a poco. 

— Tranquila —Romeo, uno de los residentes, palmea mi hombro—. Lo harás bien. Siempre lo haces.

— Lo sé —le guiño un ojo y sonrío con suficiencia mientras entramos.

— Doctora Reid, esperamos por usted —indica mi jefe con una actitud impasible. Ahora soy el centro de atención, pero no me importa. A estas alturas ya estoy acostumbrada.

— Giogio y Luigi Bonura —comienzo la presentación del caso. Me lo he estudiado al detalle para ganarme un puesto en el salón—. Nueve años de edad. Gemelos unidos toracoonfalopagos*. Han cumplido con éxito el tratamiento pre operatorio y se encuentran listos para la separación. 

El doctor Rossi me ataca con sus habituales preguntas sobre el tema. Soy pediatra, no cirujana y sin embargo, tengo que pasar exámenes hechos para especialistas todas las semanas. Es bueno aprender, pero la fijación de este hombre conmigo se me hace demasiada.

Como esperaba, me gano mi lugar en el salón de operaciones e incluso tengo la oportunidad de realizar algunos cortes y suturas.

 La cirugía dura más de catorce horas, puesto que la separación de gemelos siameses es un proceso bastante complejo. Al salir, ya es de noche nuevamente. Así han sido mis últimas semanas, apenas tengo oportunidad de ver la luz del sol.

— Buen trabajo, doctora Reid —creo que por primera vez escucho un halago de mi jefe hacia mí—. Al final no resultó ser tan incompetente como pensé.

— ¿Perdón? —frunzo el ceño descolocada. ¿Pero qué hierba se fuma el italiano este?

— Creo que incluso la echaré de menos cuando se vaya —continúa él, dejándome anonada—. Solo le quedan unos días, así que disfrútelos al máximo. En recepción encontrará los casos pendientes para mañana.

«Capullo»

Como si necesitara que me recordaran las horas que me quedan en Florencia.

— Buenas noches, doctor Rossi —decido retirarme antes de decirle unas cuantas verdades en la cara.

Me encuentro con mi mejor amiga en la cafetería del hospital para luego sentarnos a cenar hamburguesas con patatas fritas. Es lo mejor que se puede comer aquí. El mito de que la comida de hospital sabe fatal es totalmente cierto.

— ¿Qué sucede? —pregunta al ver mi mala cara.

— Mi jefe es un gilipollas —murmuro para que solo ella me escuche.

— Cuéntame algo nuevo —bufa—. Santino Rossi de "santo"* no tiene un pelo. Es así con todo el mundo, aunque contigo es peor.

— Te tiene manía —interviene Romeo mientras se sienta en nuestra mesa—. Quizá te exige más que a los demás porque ve tu potencial. ¿Has pensado cambiar de especialidad? 

— No, gracias —respondo antes de darle una gran mordida a mi hamburguesa. Tengo un hambre tremendo. La vida de un médico es muy difícil—. Estoy muy bien con los niños.

— Deberías pensarlo, quizá de esa forma conseguirías renovar tu contrato —insiste el residente, alcanzando a robarme una patata. Tiene la mala costumbre de tomar comida ajena—. De todas formas, la fijación de Rossi contigo es rara.

— Porque le gusta —intercede Leah.

— ¿Estás de coña, no? —inquiero—. El tipo me odia e incluso acaba de decirme que espera mi partida hacia los Estados Unidos con ansias de una manera nada sutil. Además, no creo que desee meterse con una estadounidense después de su rotundo fracaso con la doctora Thompson.

— Tal vez es un fetiche suyo —comenta Romeo sin dejar de masticar—. Caer por una americana, luego fingir que la odia y al final conquistarla.

— Eso es ridículo —expreso frunciendo el ceño.

— Pero tiene lógica —agrega mi amiga—. Seamos honestas; a las mujeres nos gustan los chicos malos. Mi turno termina a las diez. ¿Nos vamos juntas?

Niego con la cabeza de forma automática—. Debo hacer horas extras.

— ¡¿Otra vez?! —exclama consternada. Tal parece que es ella la que lleva días sin dormir y no yo—. No puedes seguir así, Cassie. Acabarás enfermando.

— Necesito el dinero, Leah —alego—. El viernes termina mi contrato y necesitaré un fondo de ingresos en lo que consigo trabajo.

— No entiendo cómo ningún centro de salud quiere contratarte —el residente manifiesta su inconformidad en tanto mi amiga me observa con fijeza—. Tu expediente es de los mejores que he visto y con el postgrado que has terminado, coronas tu carrera. Deberían estar peleando entre ellos para tenerte. En realidad no lo entiendo.

— Yo sí —aludo.

Todo se debe a una sola razón: mi familia. Están atacándome por todos los flancos hasta dejarme sin opciones para hacerme regresar a San Francisco.

— ¿Me lo explicas?

— Quizá algún día —me pongo de pie para despedirme de ambos con un beso en la mejilla—. Debo irme.

— Hay un misterio alrededor tuyo, Cassandra Reid, que me pone mucho —añade Romeo mientras me alejo. Es una suerte que a esta hora el lugar no esté muy concurrido, de lo contrario los cotilleos en el pasillo no se harían esperar.

— ¿Cuál misterio? —me escojo de hombros mientras le lanzo una pícara sonrisa sin dejar de caminar de espaldas hacia la salida—. Soy un libro abierto.

— ¿Qué tan abierto? —me devuelve el gesto.

— ¡Deja de buscarle el doble sentido a cada palabra que digo, Romeo Alfieri! —profiero antes de perderme por los pasillos.

Al llegar a Urgencias, me encuentro con una escena no muy alentadora. El lugar siempre es un caos. Se escuchan quejidos, chillidos y amenazas por todos lados mientras el personal intenta controlar la situación. Sin embargo, un sonido en particular llama mi atención. Un niño de no más de siete años llora desconsolado y al mismo tiempo, una niña más pequeña lo mira con un gesto alarmado. Nunca había visto una expresión llena de tanta desesperación en un ser tan pequeño.

No sé lo que sucede, pero me dirijo hacia ellos atraída por una fuerza extraña—. Hola. ¿Qué tenemos por aquí? —hablo en italiano—. ¿De dónde han salido estos niños tan hermosos?

— A Fede le duele el estómago —responde la pequeña—. Mi hermanito no se va a morir, ¿verdad?

— Claro que no, Stella —interviene la señora mayor que los acompaña; no obstante, ella sigue mirando en mi dirección. Que ojos tan bonitos tiene, me recuerdan a alguien...

La escena me provoca unas inmensas ganas de llorar. Es demasiado raro.

— Te diré lo que haremos, cielo —intento calmarla para proceder a revisar al hermano. Cuanto antes tenga un diagnóstico, mejor—. Examinaremos a Fede e intentaré quitarle el dolor, ¿vale? —identifico el problema con rapidez y suspiro aliviada—. Es una apendicitis, una cosilla de nada que arreglaremos en unas pocas horas —añado para que la pequeña me entienda—. Lo llevaremos al salón de inmediato. Es una cirugía de mínimo acceso, nada grave. Necesitaré la autorización de un tutor.

La señora asiente entendiendo mi explicación—. El padre está en camino.

— Bien —veo a mi amiga en el pasillo y la llamo con un simple gesto—. La enfermera Falco se ocupará del proceso mientras preparo a...

— Federico Di Lauro —completa la anciana. Luce bastante nerviosa. Lo bueno es que confío en Leah para que controle la situación.

Ese apellido me suena conocido, aunque no medito demasiado sobre el asunto debido a la urgencia.

En cuestión de veinte minutos tengo todo listo junto a la firma del tutor para realizar la operación. Extraer el apéndice es sencillo, así que con la ayuda de un residente lo logro. Soy pediatra, pero el postgrado que hecho en Cirugía Pediátrica me permite realizar pequeñas intervenciones como estas, más todavía si son urgentes. Termino en menos de una hora y de inmediato me dispongo a informar a la familia.

La niña me recibe otra vez con una carita tierna y triste al mismo tiempo. El día de hoy está siendo inusual desde comenzó.

— ¿Fede está bien?

Me agacho para acariciar su melena negra. No puedo observar a nadie más, pues ella acapara toda mi atención—. Está muy bien —respondo con una cálida sonrisa en mi rostro—. Solo hay que cuidarlo, quererlo mucho y en unos días estará como nuevo.

— Yo lo cuidaré —afirma con un temple que consigue sorprenderme. ¿Cómo es posible que hable de esa forma? Esta niña no debe tener más de cinco años—. Papi me ayudará. ¿Cierto, papi?

— Cierto, Ella.

Vuelvo a ponerme en pie para dirigirme hacia el tutor de mi paciente y me quedo petrificada en el acto. Sin embargo, al escuchar sus palabras siento que desfallezco.

— Te encontré.

***

* Sii mia moglie, cara: Sé mi esposa, cariño.

* toracoonfalopagos: siameses unidos en la región externa (tórax, hombro, falange) situados cara a cara.

* Santo: hace referencia al nombre, es el significado de Santino.

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